Desde siempre la pareja que conformaban Violeta y Ariel había
soñado con comprar la casa de la montaña.
Edificación enclavada en medio del cerro Castor.
Una propiedad legendaria no solo por su diseño arquitectónico
sino por todas las fábulas que se entretejían alrededor de la propiedad que
pese a estar deshabitada se encontraba en perfecto estado de conservación.
En un país convulsionado económicamente nadie adquiría
propiedades, la oferta era desproporcionada,
la demanda nula.
Ambos sabían que a corto o largo plazo esa casa sería un
bien compartido.
Muchas tarde subían los escalones de piedra que llevaba a la
vivienda, la fotografiaban desde todos los ángulos, era perfecta.
Balcones con balaustradas de madera torneada le otorgaban
señorío, Violeta pensaba en las cascadas de flores que penderían de aquellos.
La construcción semicircular permitía que todos los
ventanales estuvieran orientados al paisaje.
Ariel trataba de disuadir a su mujer, ninguno de los
dos quería un crédito hipotecario para
adquirirla.
El destino es sabio, la pareja recibió una pequeña fortuna
al partir la abuela materna.
El triste episodio aceleró la compra.
No tardaron en instalarse.
Mientras tenían el departamento en venta pensaban en algunas
reformas que necesitaba la propiedad.
No tenía mucho sentido la escalera en forma de caracol que
llevaba a la primera planta.
Ese espacio sería ocupado por una escalera tradicional
acorde al untuoso salón de entrada.
Al año la propiedad estaba tal cual sus dueños imaginaban.
La brisa movía suavemente las finas cortinas asemejaban pájaros
desplegando sus alas.
Profusión de flores y fragancias adornaban los balcones.
Habitaciones amplias y confortables, desde allí tenían una
vista panorámica.
Ubicaron la escalera de caracol en el amplio cuarto de
herramientas esperando un comprador que nunca llegaría.
Al lugar llegaría un cineasta, buscaba espacios para filmar
su opera prima.
Prometió al matrimonio que el rodaje en el sitio no llevaría
más de una semana.
Junto al equipo se alojarían en una hostería de la ribera sureña.
El artista hacía su trabajo, su presencia no se notaba, el
lugar era amplio y confortable.
El crepúsculo aparecía en escena, rosados y púrpuras eran el
preludio de la aparición de las estrellas.
El viento desvestía los árboles, temerosos y en silencio los
pájaros callaban su melodía.
En pocos minutos el cielo se vistió de negro, el alarido de
un trueno asustó a los moradores.
Saetas violetas serpenteantes atravesaban el universo.
Ante la imposibilidad de bajar a la hostería ofrecieron
refugio al artista, la habitación de huéspedes lindaba con el cuarto de
herramientas.
Hombre acostumbrado a vivir de noche el director de cine
decidió grabar los sonidos del silencio, grande fue su sorpresa al escuchar
extraños y ásperos gemidos.
En un instante supo que provenían del cuarto de
herramientas.
La escalera de caracol estaba levemente desplazada,
esperarían las luces del alba para saber qué había producido el movimiento.
Mientras desayunaban, Violeta utilizaba la computadora,
visitando páginas encontró imágenes de la escalera.
No pudo reprimir las lágrimas a medida que leía la historia,
en la escalera de caracol hace muchos años una mujer había sido torturada, en
cada escalón había recibido castigos atroces, un movimiento logró que rodara
por aquella produciéndole la muerte en forma instantánea.
El matrimonio no quería repetir esa noche de dolor y
tragedia, con paciencia desarmaron la escalera.
Estructura y peldaños fueron arrojados al fuego crepitante,
encendido repetía los susurros de madera.
En las cenizas, etérea se formaba la imagen de una mujer
elevándose por la chimenea.
El silencio conmovió a la pareja, abrazados asistieron al
final de una película de la que sin querer fueron protagonistas.
http://www.youtube.com/watch?v=BF9uQI-SRv4
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