Han pasado doscientos años de la muerte de Hirohito.
A los funerales celebrados en el palacio de Aoyama concurrieron reyes y princesas de todo el mundo.
Durante cinco días sus restos fueron venerados.
En un breve lapso de tiempo Nagako, la emperatriz, se dirigió a los aposentos del monarca fallecido, sabía que en el escritorio guardaba el testamento para la familia y directivas para la Isla de Japón, que tanto había amado en su vida.
Entre los sobres encontró imágenes de su casamiento, la fiesta había sido majestuosa, también estaban los retratos de sus hijos.
El legado de Hirohito fue respetado por sus sucesores.
Debía proteger a su nación de las invasiones futuras.
El deseo del monarca fue cumplido, construyeron una ciudad nueva, a la orilla del mar se levantarían gigantes de acero, para ser habitados por los que sobrevivieran a la cuarta guerra mundial.
La inauguración se llevó a cabo en el año 2217, los habitantes de la isla fueron migrando a otros lugares, el mar bañaba las costas desiertas.
Solo quedaba en un pueblo alejado, una familia que conservaba las tradiciones pese al temor que le infundían los esqueletos de acero, ellos prefirieron seguir como si nada hubiera cambiado.
En pequeñas porciones de tierra cultivaban la tierra, un espacio para los animales les permitiría vivir, el agua era provista por un río cristalino.
Nadie sabía que Shiori una bella niña era descendiente del monarca, nunca pudo acceder al reino por su condición de mujer.
Pese a la modernización y el paso de los años las tradiciones se conservaban intactas.
Sentada en la escalera de madera de su humilde casa, la niña cantaba antiguas canciones de amor.
Su voz angelada se elevaba a los cielos, el anciano emperador sonriente la escuchaba.
Alas imaginarias provocaban el ascenso, las estrellas doradas se convertían en notas musicales, de esa forma llegarían a todos los rincones del orbe.
No había gigantes capaces de anular el poder de la música.
A los funerales celebrados en el palacio de Aoyama concurrieron reyes y princesas de todo el mundo.
Durante cinco días sus restos fueron venerados.
En un breve lapso de tiempo Nagako, la emperatriz, se dirigió a los aposentos del monarca fallecido, sabía que en el escritorio guardaba el testamento para la familia y directivas para la Isla de Japón, que tanto había amado en su vida.
Entre los sobres encontró imágenes de su casamiento, la fiesta había sido majestuosa, también estaban los retratos de sus hijos.
El legado de Hirohito fue respetado por sus sucesores.
Debía proteger a su nación de las invasiones futuras.
El deseo del monarca fue cumplido, construyeron una ciudad nueva, a la orilla del mar se levantarían gigantes de acero, para ser habitados por los que sobrevivieran a la cuarta guerra mundial.
La inauguración se llevó a cabo en el año 2217, los habitantes de la isla fueron migrando a otros lugares, el mar bañaba las costas desiertas.
Solo quedaba en un pueblo alejado, una familia que conservaba las tradiciones pese al temor que le infundían los esqueletos de acero, ellos prefirieron seguir como si nada hubiera cambiado.
En pequeñas porciones de tierra cultivaban la tierra, un espacio para los animales les permitiría vivir, el agua era provista por un río cristalino.
Nadie sabía que Shiori una bella niña era descendiente del monarca, nunca pudo acceder al reino por su condición de mujer.
Pese a la modernización y el paso de los años las tradiciones se conservaban intactas.
Sentada en la escalera de madera de su humilde casa, la niña cantaba antiguas canciones de amor.
Su voz angelada se elevaba a los cielos, el anciano emperador sonriente la escuchaba.
Alas imaginarias provocaban el ascenso, las estrellas doradas se convertían en notas musicales, de esa forma llegarían a todos los rincones del orbe.
No había gigantes capaces de anular el poder de la música.
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