El día soleado permitía las actividades en la playa.
Desde la costa madre e hija observaban los lujosos hoteles, esqueletos quietos que pronto recibirían el bullicio de los turistas.
Los jardineros renovaban la tierra de los canteros construidos con caracoles que el mar traía en su continuo juego, ellos contendrían la magia y el aroma de las flores.
Las mucamas arreglaban los pliegues de las cortinas, otros empleados se ocupaban de los demás detalles, esa noche arribaría al lugar el dueño de la cadena hotelera más importante de Sudamérica para inspeccionar las instalaciones, ante la inminente llegada de la temporada estival.
La pequeña jugaba en la arena bajo la atenta mirada de su madre, acercaba a su carita un caracol imaginando el rumor del océano.
Los surfistas mostraban sus destrezas cuerpos bronceados hacían equilibrio sobre las tablas.
Helenita miraba todo con asombro, la brisa movía los volados de su vestidito bordado, otorgándole un aspecto angelado.
Descalza caminó hasta la orilla, quería acercarse a esos muchachos para admirarlos, ignorando que sería arrastrada por la fuerza del agua.
Desesperada la madre se arrojó al mar, no veía a la niña, las tablas de los surfistas flotaban sobre las olas, se habían unido al rescate.
El sol majestuoso escondía sus rayos, el cielo se teñía de rosados y púrpuras .
Todos nadaban sin descanso, oraban para encontrar a la pequeña.
Los minutos se hacían interminables, parecían haberse detenido en el momento que la chiquita había desaparecido de la superficie acuosa.
Poseidón escuchó los ruegos, extendió sus manos imaginarias, en un instante Helenita emergería del agua.
Ilesa, presa del llanto abrazaba a su mamá.
Pocas veces el mar devolvía los ángeles a la playa.
Tenue el haz de luz se esfumaba.
Desde la costa madre e hija observaban los lujosos hoteles, esqueletos quietos que pronto recibirían el bullicio de los turistas.
Los jardineros renovaban la tierra de los canteros construidos con caracoles que el mar traía en su continuo juego, ellos contendrían la magia y el aroma de las flores.
Las mucamas arreglaban los pliegues de las cortinas, otros empleados se ocupaban de los demás detalles, esa noche arribaría al lugar el dueño de la cadena hotelera más importante de Sudamérica para inspeccionar las instalaciones, ante la inminente llegada de la temporada estival.
La pequeña jugaba en la arena bajo la atenta mirada de su madre, acercaba a su carita un caracol imaginando el rumor del océano.
Los surfistas mostraban sus destrezas cuerpos bronceados hacían equilibrio sobre las tablas.
Helenita miraba todo con asombro, la brisa movía los volados de su vestidito bordado, otorgándole un aspecto angelado.
Descalza caminó hasta la orilla, quería acercarse a esos muchachos para admirarlos, ignorando que sería arrastrada por la fuerza del agua.
Desesperada la madre se arrojó al mar, no veía a la niña, las tablas de los surfistas flotaban sobre las olas, se habían unido al rescate.
El sol majestuoso escondía sus rayos, el cielo se teñía de rosados y púrpuras .
Todos nadaban sin descanso, oraban para encontrar a la pequeña.
Los minutos se hacían interminables, parecían haberse detenido en el momento que la chiquita había desaparecido de la superficie acuosa.
Poseidón escuchó los ruegos, extendió sus manos imaginarias, en un instante Helenita emergería del agua.
Ilesa, presa del llanto abrazaba a su mamá.
Pocas veces el mar devolvía los ángeles a la playa.
Tenue el haz de luz se esfumaba.
1 comment:
Poseidón, a veces, hace de Dios.
Buen relato Agustina,
Un abrazo desde Sentires
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