Estaban todos alineados formando un pequeño bosque, allí el caminante encontraba sombra cuando se detenía para tomar un mate o solamente buscar un poco de paz deteniéndose a escuchar las voces del silencio.
Las copas verdes se mecían al compás de la brisa, los pájaros susurraban suaves melodías.
Al anochecer se convertían en sombras erguidas, vigilaban todo, la luna jugaba a las escondidas entre las hojas, las hacía parecer espíritus dolientes como si adivinaran el futuro incierto.
Muchos eran jóvenes, vigorosos, creciendo al lado de sus mismas especies.
Elegí uno, la corteza se desprendía, quería ver más allá de ella.
Con mis manos recorrí ese torso amarronado, descubrí que los insectos te estaban lacerando las entrañas, no podía permitir que te lastimaran.
Fuí al pueblo, hablé con las autoridades para que te preservaran y no contagiaras a tus hermanos.
Mientras esperaba en una oficina percibí ironía en las personas que me atendieron, risas contenidas, atisbos de burlas.
Decidí llegar a los jefes de esa gente, eran de otro sitio, las mismas respuestas vagas, esta vez firmé papeles cuyo destino desconocía.
Nada me importaba, solo quería que te sanaras.
Me citaron para la semana siguiente, concurrí puntualmente, grande fue mi sorpresa cuando vi en el frente de la oficina un cartel desprolijo, el cartón decía: “Se alquila”.
Corrí al bosque, no había nada, al costado cerca de un alambrado los troncos desnudos estaban apilados, pronto serían desmenuzados.
Un hombre con una motosierra los cortaba en rodajas para venderlos.
Le pregunté quién era, por qué se adueñaba de aquello que a todos nos pertenece, no obtuve ninguna respuesta.
Le rogué exhibiera su permiso, no lo tenía.
Otra vez la desidia se hacía presente, nadie sabía nada.
Ese episodio marcó mi vida, desde entonces trabajo en una organización que protege los árboles.
No comments:
Post a Comment