Faltan dos cuadras para llegar a la estación, el niño sortea el camino de adoquines como si estuviera jugando a la rayuela.
En segundos se suelta de la mano de su abuela, una mujer de mediana edad que conserva toda su belleza.
El anciano sonríe al observar al pequeño, le pide no se adelante.
Las barreras bajan los brazos de madera.
La mujer apura el paso siente la cercanía del tren que anuncia con un silbato la llegada.
Parados en el andén observan a los turistas que llegan desde Pintado, el nombre obedece a la belleza del paraje.
La arena del desierto corre al lado de las vías, se desprenden de su hábitat para formar nubes doradas, pronto se recostarán en la ladera de la cordillera.
Los pasajeros del tren turístico han inaugurado el primer viaje, capturan el paisaje con modernas cámaras fotográficas.
El nene muestra su tristeza, esperaba ver la máquina a vapor del famoso trencito de trocha angosta, ese en el que había viajado tantas veces recorriendo allá en el sur los parques de alerces, la turba que coloreaba las hierbas que crecían al borde las vías mostrando los matices grises.
¿Cómo conformar a un niño que extraña otros paisajes, sus amigos?
El último pasajero trae en su mochila una carta, de lejos no lo reconocen, tiene el cabello más largo, no viste el traje que utilizaba todos los días.
Martín los abraza, sorprendidos lo recuerdan, no dirá nada hasta que lleguen a la casa.
Desandan el camino, los grillos escondidos cantan una melodía.
Reunidos en el jardín entrega al padre de familia un sobre lacrado, es portador de buenas noticias.
En pocos meses regresarán a la patria querida.
Risas y llantos de alegría acompañan la copa de vino.
Ella agrega a la mesa un plato de comida.
Todos han trabajado mucho para cumplir este sueño.
http://www.youtube.com/watch?v=WnIeHxqoS-Q
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