El matrimonio con grandes sacrificios había terminado su carrera.
Ambos pudieron perfeccionarse en la NASA, vivían cerca de la estación aeroespacial.
Solos atravesaron las dificultades propias de estar en un país ajeno.
Pasados unos años decidieron regresar a Argentina sin saber que se encontrarían con una patria que lentamente era devastada por el hombre y por la soberbia de los gobernantes que no cumplían con sus funciones.
Debían comenzar de cero para ser reconocidos, ya que no querían firmar ningún pacto que los atara a las autoridades.
Volcarían todos los conocimientos adquiridos en la sitio que los había visto nacer.
La oficina del CONICET que les habían asignado era pequeña, muchas veces desembolsaban dinero de sus magros sueldos para comprar los elementos que faltaban.
No importaba tenían la vida para crecer y dedicarse a la investigación, pasión que los había unido desde el momento que se conocieron.
Vivían en una confortable casa, un suceso violento los obligó a colocarle rejas para tener un poco de seguridad, no obstante el domicilio fue violentado en varias oportunidades.
No estaba en ellos la intención de mudarse, no en lo inmediato.
Dormían plácidamente, el corte de energía obligó a la pareja a levantar las persianas de la habitación.
La oscuridad propició que entraran amigos de lo ajeno.
Sufrieron todo tipo de vejaciones, acallaron el llanto de la mujer amordazándola.
Diez minutos de locura parecieron eternos.
En la calle tres o cuatro patrulleros con las señales lumínicas encendían la oscura noche.
Los peritos tomaron muestras, buscaron huellas digitales, ellos poco podían aportar presos del pánico.
A media mañana estaban cumpliendo con sus obligaciones, en ese instante reciben el llamado de David, les contaba que en unos meses se enviaría una nave tripulada a la luna.
No pensaron que otra vez sufrirían el desarraigo, estar lejos de los afectos les producía angustia, impotencia.
Aceptaron la propuesta.
En pocos días partiría la nave madre, recibieron ayuda de los demás viajeros.
Las pruebas eran severas, ellos seguían, querían vivir en paz.
Se veían bellos en sus trajes de astronautas, estaban juntos como siempre.
Desde la tierra observaban todos los movimientos, el despegue fue coronado con aplausos interminables.
Alunizaron, la nave giraría en el espacio hasta que se produjera el regreso.
No tenían noción del tiempo terreno, la nueva casa sería un cráter del satélite de la tierra, otros grupos estarían en sitios un poco más alejados.
El amor es idéntico en todas partes, en poco tiempo de manera casi rudimentaria nació una niña, a la que bautizaron Selene.
La pequeña crecía armoniosamente, escuchaba atentamente a sus padres cuando le contaban historias de la tierra.
Sus juguetes eran las estrellas, con solo extender los bracitos las tenía a su alcance.
Una noche mientras sus padres le contaban un cuento para llamar al sueño, la chiquita lloraba desconsoladamente, quería que sus papás regresaran, tener amigos reales, jugar en las hamacas de las que tanto había escuchado, abrazarse a los abuelos que no había conocido.
No entendía razones, no le importaba ser el primer ser humano nacido en la luna, quería aprender a ser una nena terrena.
Con paciencia y ternura los padres le explicaron que regresarían cuando la paz reinara en la tierra.
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