Como todas las tardes saldrá a caminar, en el bolsillo la radio encendida, tal vez el amigo locutor traiga una buena noticia.
Sentado en el borde de los acantilados admira la puesta de sol, abajo el agua en su incesante ir y venir logra que las piedras canten armoniosamente.
El paisaje invita a soñar o tal vez a hacer un balance de su vida.
El sol iluminará el pasado hasta traerlo al presente.
Recuerda la niñez, de la mano de su padre hacían el mismo camino, muchas veces adelantaba el paso, sabía hasta donde tenía permitido avanzar para evitar el peligro.
Las anécdotas que contaba su papá lo hacían reír, algunas eran verídicas otras nacían en la imaginación prodigiosa del que hace no mucho decidió que era hora de partir.
Cuánto lo extraña.
Puede sentir el brazo tibio cuando se fue a la ciudad para estudiar, su querido viejo quería un futuro promisorio para él.
Allá se alojó en una posada estudiantil.
Conocía el sacrificio de su progenitor, guardaba parte de la mensualidad que recibía al principio de cada mes, ello permitiría gozar de momentos de esparcimiento.
La biblioteca de la universidad era completa, allí encontraba todo el material para edificar su porvenir.
Ella apareció pocos meses antes de terminar la carrera.
Mujer de singular belleza, los cabellos rubios como el trigo enmarcaban una cara cincelada por un escultor.
No tardaron en concretar el amor.
Le contó de sus planes, al principio ella no quería dejar la ciudad, los sentimientos pudieron más.
En el campo nacerían los hijos de la pareja.
Tuvieron épocas de esplendor, la tierra sembrada era un concierto de matices verdes.
El ganado pastaba mansamente.
La casa se llenaba de risas.
Hoy los chicos hicieron el mismo camino de sus padres, están lejos, cerca del corazón.
Nubes blancas intentan ocultar el sol, desanda el camino, con el mate tibio lo espera la mujer de su vida, la eterna compañera.
La abrazará como ayer, juntos en el jardín rogarán que ese manto de nubes a punto de cubrir el sol, se conviertan en lluvia, así la hierba nuevamente volverá a renacer.
Sentado en el borde de los acantilados admira la puesta de sol, abajo el agua en su incesante ir y venir logra que las piedras canten armoniosamente.
El paisaje invita a soñar o tal vez a hacer un balance de su vida.
El sol iluminará el pasado hasta traerlo al presente.
Recuerda la niñez, de la mano de su padre hacían el mismo camino, muchas veces adelantaba el paso, sabía hasta donde tenía permitido avanzar para evitar el peligro.
Las anécdotas que contaba su papá lo hacían reír, algunas eran verídicas otras nacían en la imaginación prodigiosa del que hace no mucho decidió que era hora de partir.
Cuánto lo extraña.
Puede sentir el brazo tibio cuando se fue a la ciudad para estudiar, su querido viejo quería un futuro promisorio para él.
Allá se alojó en una posada estudiantil.
Conocía el sacrificio de su progenitor, guardaba parte de la mensualidad que recibía al principio de cada mes, ello permitiría gozar de momentos de esparcimiento.
La biblioteca de la universidad era completa, allí encontraba todo el material para edificar su porvenir.
Ella apareció pocos meses antes de terminar la carrera.
Mujer de singular belleza, los cabellos rubios como el trigo enmarcaban una cara cincelada por un escultor.
No tardaron en concretar el amor.
Le contó de sus planes, al principio ella no quería dejar la ciudad, los sentimientos pudieron más.
En el campo nacerían los hijos de la pareja.
Tuvieron épocas de esplendor, la tierra sembrada era un concierto de matices verdes.
El ganado pastaba mansamente.
La casa se llenaba de risas.
Hoy los chicos hicieron el mismo camino de sus padres, están lejos, cerca del corazón.
Nubes blancas intentan ocultar el sol, desanda el camino, con el mate tibio lo espera la mujer de su vida, la eterna compañera.
La abrazará como ayer, juntos en el jardín rogarán que ese manto de nubes a punto de cubrir el sol, se conviertan en lluvia, así la hierba nuevamente volverá a renacer.
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