Realizaría el trayecto de casi seiscientos kilómetros que la separaba de su casa en auto.
La ruta internacional estaba en perfectas condiciones, una cinta gris que se perdía en el paisaje.
De un lado majestuosa se erguía la cordillera, pese a la época los picos más altos conservaban nieve, en las laderas de la montaña todos los verdes que obsequia la naturaleza, a la izquierda el mar de aguas frías, todo semejante a una pintura que no tenía fin.
En media hora pasaría al costado del desierto.
Doradas arenas, dunas enormes, inspiraban respeto.
Aminoró la marcha, quería comprobar si era un espejismo aquello que se mostraba ante sus sorprendidos ojos.
Al atardecer estacionó a la vera del camino.
En silencio se dirigió a un oasis, grande fue su sorpresa al encontrar un pequeño lago, una roca transparente la atraía.
Cientos de luciérnagas deseosas de convertirse en estrellas, salían del follaje, su vuelo iluminado las llevaría al cielo.
Se acercó a la roca tan extraña, el aroma a jazmín inundaba el sitio.
Parecía cincelada por un escultor, en cada arista podía observar la mirada de sus amores.
Tomó varias fotografías.
Feliz por el hallazgo emprendió el regreso a casa.
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