Vestida de negro se alejó, no miró hacia atrás, el cuerpo inerte del gladiador había quedado tendido en el centro de la arena teñida de rojo.
La amante doncella intentaba darle calor al cuerpo gélido.
Esperó que en el cielo se encendieran las estrellas para llevarlo al bosque.
Acostó a su hombre cerca del lago profundo, amorosa limpió con agua clara, cada una de sus heridas.
La figura desnuda lo asemejaba a un Adonis inmensamente bello.
Elevó plegarias, transformadas en ángeles buscaron el universo.
Los ojos de la muchacha no tenían más lágrimas.
Llamó a sus sirvientes, ellos excavarían la tumba de su amado.
Envuelto en un lienzo blanco descendió a las entrañas de la tierra.
Sobre el pecho descansaba la espada, la tristeza le había quitado el brillo de su filo.
Cientos de terrones de tierra ocultaron el cuerpo del gladiador.
Allí lo tendrá para siempre, igual que esas rosas blancas que hoy nacieron manchadas con motas rojas, idénticas a la sangre.
Mañana le contará al fruto de un amor que jamás se apagó que allí duerme eternamente un hombre gallardo y valiente.
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