Caminó hasta la oficina, le gustaba hacerlo pese a que poco a poco el barrio había cambiado notablemente.
Las residencias que supo admirar desde niña, con jardines donde era evidente el paso de un paisajista, se habían convertido en torres de departamentos, parecía que jugaban a superarse en altura.
En silencio, presa de sus pensamientos llegó al despacho del Doctor Roca, la decisión estaba tomada, renunciaría al trabajo, no podía ser cómplice de la falta de honestidad de su jefe.
Ella como arquitecta conseguiría empleo en cualquier constructora.
La tarde anterior Roca le había ofertado una suma elevadísima por la compra de su vivienda.
Ambos sabían que las viejas estructuras del barrio no estaban preparadas para recibir un aluvión
de gente.
Intentó hacerle entender que los vecinos padecían falta de agua en el verano a veces también la energía.
El jefe no tenía escrúpulos, solo le interesaba concretar el gran negocio.
No encontró manera de convencerla, la renuncia era indeclinable.
Aliviada regresó a su casa, glicinas y bugambilias se abrazaban, los colores estallaban para recibirla.
El jazmín orgulloso mostraba su primer pimpollo.
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