CAMINANTE

Amante de la libertad se aferró a sus convicciones.

Alejado de dogmas a veces siniestros decidió vivir sin ataduras.

Sabía que para concretar sus aspiraciones debería huir lejos, bien lejos de las garras que compraban voluntades.

Esperó unas horas para partir, extrañaría a sus seres queridos.

No podía quedarse sufriendo afrentas que lentamente deslavan el alma.

Estaba íntegro, sostenido por el amor incondicional de su mujer.

El camino sería tortuoso.

En los momentos que sintió sed, imaginariamente bebió el néctar de los labios de su mujer.

Cuando estuvo solo recordó la mirada de ella, allí se sumergió para dejar a un lado la soledad.

Conoció desiertos mudos donde la arena bailaba su danza muchas veces macabra, sepulcro dorado para enterrar la vanidad.

Océanos azules le brindaban alimento y frescura.

Jamás volvería a entregarse a la pasión propia de los humanos.

Desestimó caricias, su destino era caminar.

Supo por los ocasionales amigos que en su patria seguían las divisiones que no llevaban a ningún lugar.

Lloró en soledad.

Nunca había sentido tan solas las noches.

No le deleitaban como antes las estrellas que encendían el cielo, ridiculizó la luna que inspiraba los poetas, para él seguiría siendo un dibujo inalcanzable.

Acarició el cuerpo cansado en un manantial.

Por un instante creyó que ella estaba a su lado.

Miles de veces extendió los brazos para abrazarla, era su imaginación.

Preguntó a los dioses por su gran amor.

El silencio se multiplicó.

Los cabellos se convirtieron en hebras de plata, pronto las arrugas surcaron su rostro.

Sus ojos cuencos vacíos eran incapaces de derramar lágrimas.

La sombra de un árbol cobijó los sentimientos.

Mil veces se desplomó, otras mil se levantó.

Hoy sigue caminando, no cesará en la búsqueda de la igualdad.

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