Hace años accedió al retiro voluntario, era eso o quedarse sin nada.
Llegó a su casa más cansado que otras veces, sabía que las lágrimas de su compañera de toda la vida lograrían taladrar su alma.
Dejaron el departamento de la gran ciudad para mudarse a un sitio más alejado.
Encontrarían la forma para que los chicos siguieran con los estudios universitarios.
La nueva casa estaba emplazada en un predio cercano a los ferrocarriles que llevaban al oeste de la provincia.
Pedro el hijo mayor le confeccionó los antecedentes laborales, prolijos, ensobrados.
Se levantaba temprano, necesitaba ser el ejemplo de su familia siempre lo había sido, no quería cambiar ahora.
Recorrió muchas oficinas, fábricas, cualquier tarea era digna.
La respuesta era repetida, le prometían llamarlo a la brevedad, jamás sonaba el teléfono.
Era viejo para conseguir un trabajo, demasiado joven para jubilarse.
No se quedaría sin hacer nada, en un carrito colocó la cortadora de césped y demás herramientas que utilizan los jardineros.
Casi al alba se despedía de su compañera, un beso en la frente haría más corto el día.
Pronto consiguió muchos clientes, ello le permitiría vivir sin que nada faltara en la casa.
Las macetas de la galería estallaban, malvones y geranios alegraban la vista.
Enredaderas coloridas cubrían el viejo alambre que separaba la casa de las vías que nadie transitaba.
Los chicos consiguieron por sus notas sendas becas.
Todas las tardes tomaba mate con su mujer, esperaba que algo cambiara.
El verano trajo buenas noticias, por televisión prometían la apertura de los ramales cerrados
Estaba contento, buscó el uniforme de guarda, limpio y planchado lo colocó en el perchero, sobre ellos la gorra lucía en su frente la insignia de la vieja empresa.
Todas las tardes espera que pase El Rosarino, con las luces encendidas del salón comedor.
Es inútil, el calor hace que las vías de acero se dilaten, los durmientes de madera están resquebrajados.
Han desaparecido las piedras que los sostenían, muchas veces vio a muchachos de la edad de sus hijos, colocarlas en mochilas, supo que eran para atacar negocios de cualquier clase.
Jamás entendió por qué lo hacían con las caras tapadas, en su época juvenil los reclamos se hacían cara a cara.
Su viejita amada casi no camina.
Todas las tardes se acerca a alambrado, lo acompañan sus fieles compañeros, el mate y un termo.La mano arrugada se posa en el frío tejido.
Los yuyos crecidos al atardecer albergan luciérnagas.
El crepúsculo lentamente enciende la primera estrella.
Una lágrima rueda por el rostro curtido.
No quiere dejar la vida sin escuchar la ruidosa bocina de una locomotora.
Mañana, si los que dirigen el destino de un país tan extenso como rico, en soledad podrá concretar sus sueños.
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