Friday, February 26, 2010

FRAGANCIAS, RECUERDOS




Impecable se sienta en el jardín.

Nadie diría que ha pasado las ocho décadas.

Ágil camina por la vieja casa, Elena su fiel compañera de tantos años la ayuda a vestirse como si fuera a recibir visitas.

No vendrá nadie.

No importa, solo usará un poco de maquillaje en su cara aún lozana, no puede faltar el rouge en esa boca que atesora mil besos, los que se dieron, los que viven su alma.

Siempre viste de negro, un color que favorece su color de piel, sin buscarlo hace juego con sus ojos azabache.

Controla que la vieja casa esté en orden, no sabe si el domingo recibirá visitas.

Si vienen los nietos tendrán los cuartos preparados para recibirlos.

Sonríe al ver el MP3 que le regalara el más chico.

Octavio le explicó mil veces como usarlo, ella prefiere la vieja radio con forma de iglesia chiquita, si la que tiene ventanitas con tela de red, para conectarse con la realidad o escuchar música.

Los hijos no aparecen nunca, no les reclama nada.

Sabe que sus cuatros están molestos por la cláusula del testamento que decía que la casa paterna solo sería puesta en venta en el momento que ella se reuniera con su amado Eusebio.

La herencia les permitió viajar a sus muchachos por todo el mundo, cada uno formó una familia, aprobó todos los enlaces, si ellos estaban bien, ella estaba orgullosa de haberles otorgado libertad y plenitud en su camino por la vida.

Octavio llega en moto, la abuela lo espera con todo el amor del mundo en el patio de naranjos.

Está tejiendo batitas para un hogar de niños.

Ama a todos sus descendientes por igual, no hace diferencias, pero el más chico es el único que le prestó su oreja para que pudiera contarle su historia de amor.

Conoció a Eusebio en tiempos de polleras largas y percalinas, sombreros con tul que ocultaban la mirada, cuando éstas se cruzaron supo que los cuerpos se encenderían para siempre.

Sorteó dificultades, recibió castigos, la fuerza del amor era capaz de todo.

Jamás entendió a sus padres que le habían elegido un novio por conveniencia, recuerda que tenía trece años, una niña que jugaba con muñecas.

No respetaron sus sentimientos, había elegido al hombre de su vida.

Los tiempos eran difíciles si no se tenía ayuda.

Juntos edificaron la casa en la que vivirían hasta que el destino determinara otra cosa.

Para ocultar la vivienda que se estaba construyendo plantaron naranjos.

Cada flor de azahar era un logro obtenido.

Los padres nunca supieron que el amor sincero desconoce los límites.

Le pide a su nieto que corte unas flores, necesita soñar con viejos tiempos, las sostiene en sus manos, el perfume la transporta, el sillón hamaca ha detenido su vaivén.

La abuela en su cara helada esboza la última sonrisa.


http://www.youtube.com/watch?v=QU1sgYDUoow&feature=related

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