Hoy te recuerdo como siempre.
No sé si alguna vez te conté que mis compañeros de jardín te veían como la joya más preciada, algunos no tenían un abuelo como vos.
Caminamos juntos por muchos lugares, te culpabas de nuestras travesuras.
Eras un chico más entre nosotros compartiendo juegos.
La vida fue dejando surcos en la piel de tu cuerpo, tu mirada no tenía el brillo de antes.
Cobijados bajo los árboles mientras los demás se entregaban al descanso de la tarde, nos proponías un juego, contarte las arrugas de las manos.
El sol había dejado sus marcas, cada una de ellas tenía una historia.
No podías ponerte serio para acallar nuestras risas, eras el cómplice perfecto para los niños.
Nos incentivabas a continuar con tus relatos, sobre el césped dejabas el sombrero blanco, debajo de él escondías los premios, golosinas que endulzaban tardes calurosas.
De pronto tu salud se fue resquebrajando, la abuela había partido lejos, para encontrarla nos decías que miráramos al cielo, desde allí nos cuidaba.
Quebrabas con llanto la soledad de las noches vacías, sabíamos que tenías sentimientos encontrados, querías reunirte con ella, no querías dejarnos solos.
El último cumpleaños tus hijos te regalaron un bastón de ébano, en el puño de plata estaban grabadas las iniciales de todos los integrantes de la familia.
Hoy comprendo por qué un atardecer nos llevaste a la que sería tu última caminata.
Los ríos serranos cantaban a tu paso, las montañas mojaban sus faldas en ellos.
Detrás de un alambrado nos señalaste un jardín enorme, las flores que contenía se ordenaban como si fuera un tablero de ajedrez.
Apoyaste tu mano curtida en el tejido, como si fuera la última caricia que se le otorga a quienes están vivos.
Una lágrima traviesa nació en tus ojos celestes, no hicieron falta palabras para saber que había llegado la despedida.
http://www.youtube.com/watch?v=pZTKaPVppP0
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