Todos los años emprendía un viaje a Comodoro Rivadavia, amaba las playas abiertas donde como puntos pequeños alejados de la costa, pasaban distintas embarcaciones.
Le gustaba jugar con la imaginación de esa forma era una viajera más que se desplazaba en naves fabulosas que la llevaban a destinos inciertos.
Quedaban pocas gaviotas haciendo juegos cerca del cielo, presagio de tormentas cercanas.
La arena se arremolinaba, frágil se elevaba formando figuras doradas.
Era hora de regresar, temía el grito de los truenos, las saetas violáceas que surcaban el firmamento parecían salidas de la mente de un eximio pintor ofreciendo su arte inspirado en los colores de la tormenta.Alegre y delgado, serpenteaba un arroyo de aguas cristalinas.
Recordó los juegos de la niñez, corrían carreras para saber quien triunfante llegaría del otro lado, juntos pasaban el día.
En los canastos de mimbre esperaba la comida, las heladeritas mantenían fría la bebida.
Sonrió como antes al evocar tantos momentos compartidos.
La tormenta arreciaba, sabía por experiencia que en cualquier momento se cortaría la energía.
No le importó que el agua a veces bendita empapara sus cabellos.
Llegó a la Catedral, a San Juan Bosco le pediría que la lluvia se calmara.
Cuando ingresó no había mucha gente, solo estaban ocupadas dos filas de bancos.
El sacerdote jesuita ofrecía la misa de las siete de la tarde.
El viento se filtraba provocando que las luces de las velas se balanceara.
Se abrieron las puertas de madera lustrada, Eugenio, un vecino de la zona acompañado de su familia, entre sollozos le pidió albergue, la casa que ocupaban había sido arrastrada por agua, piedras y lodo que venían de los ríos de montaña.
El cura trató de tranquilizar a los presentes, cada vez eran más.
Todos sin importar la raza o el credo oraban por sus familiares desaparecidos.
Al día siguiente la tempestad había dado paso a la calma, el pequeño arroyo se había transformado en un río de aguas turbulentas, no se podía saber que había en ambas laderas de las montañas.
Un baqueano miraba el sol que aparecía como siempre allí donde la inmensidad del mar se unía con el cielo.
La imágen sobrecogedora arrancó lágrimas.
Los más fuertes lloraban tragedias propias y ajenas, Febo acompañaba enseñando una debilidad que se esfumaba entre los rosados del universo.
El arroyo volvió a su cauce, cantando sobre las piedras una y otra vez moriría en el mar.
A los lados del curso de agua quedaban los restos de las viviendas de sus amigos de toda la vida.
Como siempre la ayuda para reconstruir el lugar aún no ha llegado.
Muchas manos apilarán ladrillos, entre todos levantarán las casas de quienes han perdido, saben que jamás podrán devolverle los recuerdos.
Meses después se reúnen en la Catedral.
La misa de hoy será para agradecer no haber perdido la vida.
El diácono aparece rodeado de chicos que portan guitarras, quieren que la melodía alcance todos los rincones de la tierra.
Al final del oficio religioso se soltarán globos blancos, en su interior un papelito de color pedirá que todos respeten la naturaleza.
http://www.youtube.com/watch?v=wWAhM8viw60
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