Millones de argentinos festejaron el Bicentenario, es de todos los argentinos.
Pese a que soy crítica de la gestión de gobierno y no me sitúo en ninguna vereda para seguir observando la realidad, no puedo permanecer impávida ante ciertos hechos.
El veinticuatro a la noche disfrutamos la reapertura del Teatro Colón.
El veinticinco vimos a una presidente contenta, sin el rictus de amargura que tiene siempre, casi todos se portaron bien, de acuerdo a la fecha.
Doscientos años para festejar el nacimiento de la libertad, para ser nosotros, conservar nuestro acervo.
Canté el Himno Nacional emocionada como lo hago siempre, en la escuela de mis hijos y en cada celebración que pasaban por la televisión aumentaba el audio.
Me estremecí al ver al coro que a las doce de la noche lo entonó sus estrofas en el Valle de la Luna o Ichigualasto, nombre original de ese pedazo de la patria.
Darío Volonté nos embargó de emoción con su voz.
Las montañas lloraron en forma de nieve deslizándose por las laderas.
Sin embargo nadie se acordó de los olvidados.
Niños que caminan kilómetros para cantarle a la bandera que no los apaña.
Descalzos, con sus piecitos en el lodo.
Ellos si que hacen patria.
Me gustaron las ceremonias que me trajo la magia de la televisión, el Teatro Colón vestido de fiesta, el Cabildo con luces tridimensionales evocó parte de la historia.
La linda, la que se puede ver en los libros no tan vetustos.
Aquí hacía bastante frío, y pensé en los chicos y grandes que habitan gran parte del país.
Ellos no tienen televisión, es lo de menos, no tienen nada.
Ellos no participaron de festejos mesiánicos.
No voy a renegar de la conmemoración, las banderas argentinas que flameaban hasta en las manitos de un niño pequeño.
Por un momento pensé que la unidad por fin se lograría, hasta que vi banderas usurpadoras de los festejos.
Ellos también tenían derecho a conmemorar la gesta patriótica, estaban demás los logos que los identificaban, estaban de más los micros que llevan a la gente a aplaudir.
Les conté un cuento no cuento a mis hijos, les dije que había otros nenes de su misma edad que ni siquiera tenían una pelota o una muñeca de trapo.
Qué lindo hubiera sido que doscientos años de libertad hubieran servido para rescatar a todos de un estado de vida menesteroso.
La vida otorga una de cal y otra de arena.
No puedo ni quiero hacer desaparecer de mi mente a los que el destino condenó como los olvidados de siempre, somos todos argentinos, de norte a sur de este a oeste, todos merecen vivir con dignidad.
Redoble el sentido de los parches, que el sonido llegue a todos.
Que la bandera extienda su paño para cobijar a todos los que han nacido en este bendito suelo.
Sin diferencias, si lo deseamos hay espacio para todos.
http://www.youtube.com/watch?v=3MhfnPvrQQI
Pese a que soy crítica de la gestión de gobierno y no me sitúo en ninguna vereda para seguir observando la realidad, no puedo permanecer impávida ante ciertos hechos.
El veinticuatro a la noche disfrutamos la reapertura del Teatro Colón.
El veinticinco vimos a una presidente contenta, sin el rictus de amargura que tiene siempre, casi todos se portaron bien, de acuerdo a la fecha.
Doscientos años para festejar el nacimiento de la libertad, para ser nosotros, conservar nuestro acervo.
Canté el Himno Nacional emocionada como lo hago siempre, en la escuela de mis hijos y en cada celebración que pasaban por la televisión aumentaba el audio.
Me estremecí al ver al coro que a las doce de la noche lo entonó sus estrofas en el Valle de la Luna o Ichigualasto, nombre original de ese pedazo de la patria.
Darío Volonté nos embargó de emoción con su voz.
Las montañas lloraron en forma de nieve deslizándose por las laderas.
Sin embargo nadie se acordó de los olvidados.
Niños que caminan kilómetros para cantarle a la bandera que no los apaña.
Descalzos, con sus piecitos en el lodo.
Ellos si que hacen patria.
Me gustaron las ceremonias que me trajo la magia de la televisión, el Teatro Colón vestido de fiesta, el Cabildo con luces tridimensionales evocó parte de la historia.
La linda, la que se puede ver en los libros no tan vetustos.
Aquí hacía bastante frío, y pensé en los chicos y grandes que habitan gran parte del país.
Ellos no tienen televisión, es lo de menos, no tienen nada.
Ellos no participaron de festejos mesiánicos.
No voy a renegar de la conmemoración, las banderas argentinas que flameaban hasta en las manitos de un niño pequeño.
Por un momento pensé que la unidad por fin se lograría, hasta que vi banderas usurpadoras de los festejos.
Ellos también tenían derecho a conmemorar la gesta patriótica, estaban demás los logos que los identificaban, estaban de más los micros que llevan a la gente a aplaudir.
Les conté un cuento no cuento a mis hijos, les dije que había otros nenes de su misma edad que ni siquiera tenían una pelota o una muñeca de trapo.
Qué lindo hubiera sido que doscientos años de libertad hubieran servido para rescatar a todos de un estado de vida menesteroso.
La vida otorga una de cal y otra de arena.
No puedo ni quiero hacer desaparecer de mi mente a los que el destino condenó como los olvidados de siempre, somos todos argentinos, de norte a sur de este a oeste, todos merecen vivir con dignidad.
Redoble el sentido de los parches, que el sonido llegue a todos.
Que la bandera extienda su paño para cobijar a todos los que han nacido en este bendito suelo.
Sin diferencias, si lo deseamos hay espacio para todos.
http://www.youtube.com/watch?v=3MhfnPvrQQI
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