Los andinistas se habían preparado durante meses para escalar el Aconcagua, el cerro más alto de Latinoamérica.
Mientras bebían café con su mujer, recordaron cuando se casaron en la Plaza de Mulas, lugar donde se habían conocido y eligieron para consagrar un matrimonio para toda la vida, a cuatro mil doscientos metros de altura celebraron la boda.
Ellos y sus acompañantes, incluido el sacerdote, vestían trajes atípicos, llevaban los uniformes de los escaladores, ella en la mochila protegía la corona de novia que luciría al dar el sí.
El viaje del novel matrimonio tendría como destino la ciudad de Utah, lugar de donde era originaria Ámbar.
Ella había hecho cumbre dos años antes, para él sería el último ascenso.
La idea era establecerse en Estados Unidos con el propósito de conformar una familia.
Estaban preparados para recibir al primer hijo.
Mientras terminaba de armar el equipaje le pidió a su mujer que escalaran por última vez la montaña, Fede le dijo que en el descanso de la base estaba el equipo que necesitaba, con una sonrisa enamorada, le respondió prefiero no hacerlo, te esperaré al regreso como siempre.
El guía la abrazó fuerte, la mañana era espléndida, luminosa.
Dormido el viento, jugaba a favor de los andinistas.
El grupo estaba integrado por turistas de diferentes nacionalidades,
Al llegar al primer descanso se comunicó con su esposa, para contarle que todo marchaba bien.
No olvidó decirle cuánto la amaba.
A los pocos días hicieron cumbre, faltaba menos para regresar y seguir con los proyectos que tenía con su esposa.
El viento blanco, gélido traspasaba la ropa de los deportistas, Federico se sintió mal, caminó como pudo, hasta que el dolor lo venció.
La patrulla llegó demorada, el oxígeno no era suficiente, el intenso frío hizo estragos en el cuerpo atlético del guía.
Desde una de las bases le ordenaron al equipo de rescatistas que debían bajar por la pared sur, tenía menos dificultades para el descenso.
Federico murió minutos después.
Los pasamontañas que utilizaban sus compañeros no eran capaces de ocultar las lágrimas, entre todos acomodaron el cuerpo, la nieve sería testigo de su paso a la eternidad.
Ámbar decidió quedarse en Mendoza hasta el verano siguiente, tenía conciencia que jamás encontraría el cuerpo de Federico, solo quería ascender hasta el lugar donde se habían casado para llevar una flor.
Mientras bebían café con su mujer, recordaron cuando se casaron en la Plaza de Mulas, lugar donde se habían conocido y eligieron para consagrar un matrimonio para toda la vida, a cuatro mil doscientos metros de altura celebraron la boda.
Ellos y sus acompañantes, incluido el sacerdote, vestían trajes atípicos, llevaban los uniformes de los escaladores, ella en la mochila protegía la corona de novia que luciría al dar el sí.
El viaje del novel matrimonio tendría como destino la ciudad de Utah, lugar de donde era originaria Ámbar.
Ella había hecho cumbre dos años antes, para él sería el último ascenso.
La idea era establecerse en Estados Unidos con el propósito de conformar una familia.
Estaban preparados para recibir al primer hijo.
Mientras terminaba de armar el equipaje le pidió a su mujer que escalaran por última vez la montaña, Fede le dijo que en el descanso de la base estaba el equipo que necesitaba, con una sonrisa enamorada, le respondió prefiero no hacerlo, te esperaré al regreso como siempre.
El guía la abrazó fuerte, la mañana era espléndida, luminosa.
Dormido el viento, jugaba a favor de los andinistas.
El grupo estaba integrado por turistas de diferentes nacionalidades,
Al llegar al primer descanso se comunicó con su esposa, para contarle que todo marchaba bien.
No olvidó decirle cuánto la amaba.
A los pocos días hicieron cumbre, faltaba menos para regresar y seguir con los proyectos que tenía con su esposa.
El viento blanco, gélido traspasaba la ropa de los deportistas, Federico se sintió mal, caminó como pudo, hasta que el dolor lo venció.
La patrulla llegó demorada, el oxígeno no era suficiente, el intenso frío hizo estragos en el cuerpo atlético del guía.
Desde una de las bases le ordenaron al equipo de rescatistas que debían bajar por la pared sur, tenía menos dificultades para el descenso.
Federico murió minutos después.
Los pasamontañas que utilizaban sus compañeros no eran capaces de ocultar las lágrimas, entre todos acomodaron el cuerpo, la nieve sería testigo de su paso a la eternidad.
Ámbar decidió quedarse en Mendoza hasta el verano siguiente, tenía conciencia que jamás encontraría el cuerpo de Federico, solo quería ascender hasta el lugar donde se habían casado para llevar una flor.
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