No sabías que por primera vez conocía el sentido de la palabra desarraigo.
Ignorabas que odiaba el uniforme de la escuela.
Falda escocesa, camisa blanca y corbata.
¿Para qué serviría?.
Lo sabría días después.
Me sentía tonta con las trenzas prolijas que demandaban el tiempo de mi madre, empecinada en entrelazarlas con cintas azules, iguales a las medias que me parecían espantosas.
La nueva escuela era muy moderna, edificación de una sola planta albergaba a cientos de alumnos.
Recuerdo cuando robaste una flor del cuidado jardín para regalármela.
Me sentí plena sin saber que atravesaría las puertas del infierno.
Llegaste en tu moto, todos te envidiaban.
Sumisa entornaba los ojos para no mirarte, tenía miedo o vergüenza, hoy no sé que me hizo aceptar la invitación que cursaste.
Como una tonta, criada en un pueblo sin maldad creí cada una de las palabras que decías.
En silencio te amaba o te admiraba, no lo sé.
Los sentimientos golpean mi alma herida.
Concurrí a tu casa, la música invitaba a soñar.
Junto a Juan pedimos la cena a un delivery.
Tres comensales, una sola historia.
Tu amigo dijo que tenía que irse, no recuerdo quién lo esperaba.
Le prestaste la moto, algo que jamás hacías.
Quedamos solos.
No pude luchar con tu fuerza te habías convertido en una bestia.
Intentaste asfixiarme con la corbata del uniforme.
Me faltaba el aire.
Perdí mi virginidad, no me hubiera importado si hubieras demostrado un amor fingido.
A vos te fue peor, en el escritorio de tu papá encontré un revólver.
Atónita vacié el cargador.
Me encontraron con el arma en las manos.
Los restos de pólvora adheridos a mis uñas me declaraban culpable.
Estoy ante el tribunal.
Una vez más seré sincera.
Los jueces votan en disidencia, no me importa, dos de ellos dirán que actué en defensa propia.
La sentencia me favoreció, jamás esos jueces sabrán que desapareció mi alma.
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