La jaula que aloja al jilguero es amplia, hace días que no canta.
Su dueña lo acerca al parque, necesita escuchar sus melodiosos trinos para no sentirse tan sola.
El viento agita las hojas de los árboles, rompe los lazos que los unen, las ramas se quiebran.
El cielo se oscurece.
Ella tiene miedo, no es un momento feliz, teme al aguacero que se aproxima.
El agua impiadosa se lleva casi todo.
El jilguero oculta su cabeza entre las alas.
El silencio se apodera del espacio.
Rugen los truenos, los relámpagos surcan el cielo.
En la casa se corta la energía eléctrica.
Enciende una vela, le servirá para obtener un poco de luz y alumbrar el jardín.
Por primera vez cometerá un desliz en su vida.
La llama del cirio es una señal, debe liberar al ave enjaulada.
Manos imaginarias descubren la belleza del firmamento.
Una a una comienzan a brillar las estrellas.
Esperará que aclare, cuando el primer rayo de sol indique que ha comenzado el día, liberará para siempre a esa pequeña avecilla que gorjeaba todas las mañanas.
Seguramente lo encontrará en libertad , hamacándose en una rama.
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