Aprovechará el fin de semana largo para llegarse hasta la casa, comprende que para venderla deberá hacerle algunos arreglos.
Manejará durante la noche.
La cinta asfáltica intenta adormecerlo.
Baja la ventanilla, no le importa el viento gélido que se filtra hasta lograr que se mantenga despierto.
Enciende la radio, la señal no es buena, aún así puede escuchar los versos que recita el locutor, son los mismos que nublaban los ojos azabaches de su madre cuando recordaba tiempos pasados.
El canto de los grillos se apaga, colores rosados pintan el cielo.
En pocos minutos estará en la vivienda.
La mirada se pierde adormecida por los recuerdos.
Roque abre la tranquera, el aroma a pasto recién cortado revive el pasado.
Se abrazan, parecen dos niños que vuelven a encontrarse.
El sol impiadoso ilumina las paredes descascaradas.
Sabe que puede contar con los peones de la estancia vecina para lavarle la cara a la casa del lago.
Mientras toman mate Roque le cuenta que su hija ha viajado a la gran ciudad para formar una familia.
La mirada del hombre se nubla al recordarla.
Acepta los designios de la vida.
Compartirán un asado.
Mientras los obreros que remodelan la casa se entregan a la siesta, Él irá al lago.
El espejo de agua está quieto igual que la mujer que está en la orilla.
El vestido etéreo le recuerda al cuadro de Claude Monet que adorna la sala de su departamento en Buenos Aires.
La hierba acaricia los tobillos de la mujer, no quiere asustarla, prefiere observarla en silencio.
El corazón brinca en su cuerpo, se acerca.
Delicadamente ella le regala una mirada, sorprendido corre a abrazarla.
Nadie puede negar que es la figura de su mamá.
El abrazo se pierde ante la majestuosidad del paisaje.
Sus brazos ciñen la nada.
La imágen del ser que más amó en la vida desaparece.
No quiere que sea un espejismo.
En su alma quedarán grabados para siempre los ojos negros de su madre, el corazón guardará eternamente su mirada.
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