Saturday, August 19, 2017
EL NIÑO DE LA BICICLETA
Te recuerdo siempre.
Evocarte en tiempos felices produce en mi mente sentimientos encontrados.
La felicidad que el destino quiso que desapareciera, en el instante que una vida se apaga para dar comienzo al tránsito hacia la eternidad, trae de su mano la enorme tristeza de no tenerte, resulta difícil de adjetivar.
Todos los momentos vividos que pasaron a revistaren la categoría de recuerdos pugnan por salir juntos, de la prisión que denominamos mente.
Es angustiante dejarlos salir a todos juntos y no poderlo lograr.
El cerebro rector del organismo los guarda prolijamente cuando necesitamos que aquellos se manifiesten en la época en que transcurrieron.
El dolor que se siente en el medio del pecho es complicado a la hora de dimensionarlo.
Hoy en un día melancólico, gris, lluvioso puedo viajar unos años hacia atrás sin necesidad de utilizar la máquina del tiempo, pues están vivos en mi alma.
Mágica la reminiscencia me lleva a un momento especial.
Llegaba tu cumpleaños, pese a que aún eras pequeño, pediste una bicicleta.
Al entrar al negocio que las vendía, tu mirada de asombro te impedía elegir el color.
Después de un rato optaste por una de color verde brillante.
Mucho no me conformaba pero decidí respetar tu elección.
Verde el color de la esperanza de verte creciendo hasta que fuera un hombre adulto.
Esperanza interrumpida por la tragedia que trajo tu final.
Estabas feliz con la adquisición.
A todos arrancaste una sonrisa cuando el vendedor estaba por colocar las rueditas suplementarias.
Con firmeza dijiste “No son necesarias, podré circular sin ellas, tengo voluntad de aprender”.
Del asombro pasamos a la sonrisa cómplice.
Nadie sería capaz de torcer tu voluntad, ni siquiera yo, cuado te dije que eran necesarias para que no sufrieras caídas que te pudieran lastimar.
Pese a las sugerencias tu negativa era irrevocable.
En aquella época vivíamos en un barrio tranquilo, circulaba poco tránsito y siempre fuiste cuidadoso.
A las pocas horas de la compra eras un experto ciclista.
Nuestros vecinos reían cuando te veían pasar, siempre ibas cantando a bordo de tu bicicleta.
Hubo n día no feliz, fue cuando haciendo piruetas uno de los frenos se incrustó en tu pierna derecha.
Mi desesperación al verte sangrando fue el primer dolor que causaste.
Como un adulto soportaste los puntos se sutura que te hicieron en el hospital.
Ni una lágrima brotó de tus hermosos ojos.
En cambio esta mamá se sentía a punto de desfallecer.
Allí comenzaste a utilizar tu frase favorita “No es grave má”.
Nos diste a los adultos la primera lección de valentía.
Los primeros indicios que eras capaz de soportar estoicamente el dolor.
La semana siguiente te ocupaste de hacerle colocar a la bicicleta todo lo que se te ocurrió,
Luz a dínamo en el frente y otros accesorios que no se le hubieran ocurrido a un niño de ti edad.
Tiempo después en un descuido tu mascota al ver la puerta del pasillo abierta decidió salir.
Un perroo de raza Collie tan lindo y noble como su dueño.
Aún puedo ver tus recorridos en bicicleta buscándolo.
Querías encontrarlo antes que el cielo se poblara de estrellas.
Jamás te ví llorar tanto ante la primera decepción.
Conmoviste a todos.
A la mañana siguiente nos avisaron que Gilberto, ese era el nombre de tu perro, estaba del otro lado de una transitada avenida, sentado bajo la llovizna esperando que lo fueran a buscar.
El reencuentro fue inolvidable, fuimos a buscarlo en el auto para que tu felicidad fuera completa.
Pocos conocían tu nombre, te reconocían como el niño de la bicicleta.
Ha pasado el tiempo y ese recuerdo se mantiene vívido en mi memoria.
Pocas veces en mi existencia había visto tanta demostración de amor genuino.
El tiempo fue pasando, Gilberto enfermó.
No había nada que pudiera curar su malestar.
Horas previas a su final se te ocurrió lavarle la larga cola pues decías que estaba manchada de barro.
Fue el primer contacto que tuviste con la muerte, pues tu amigo del alma murió en tus brazos.
Pese a que eras chico te negaste a que lo lleváramos a un cementerio de perros.
Decidiste envolverlo en una sábana para que su sepultura estuviera debajo de una rosa china en nuestro jardín.
Tengo mil anécdotas para contar.
En cada una de ellas se refleja tu espíritu solidario, tan escaso en cualquiera de las épocas que vivimos juntos.
Tu amor por la naturaleza se manifestó en todos y cada uno de los días de tu corta vida.
Esta realidad que me toca vivir en absoluta soledad.
Puedo entender que Dios te llevó a su lado para que dejaras de padecer.
Los pseudos científicos que te atendían a sabiendas que no podía hacer nada más para salvar tu vida, te matizaron hasta el final.
Me diste fuerzas para impedirle a una enfermera que te tomara una muestra de sangre cuando faltaban pocas horas para el desenlace menos querido.
Pude sacarla de la habitación casi a los empujones.
¿Para que querían la bendita muestra su tu vida se apagaba lenta e inexorablemente?
No creo que todos sean iguales, que no tengan rasgos de humanidad para dejar en paz a quien debe partir en pocas horas?
Seguramente mi reacción no fue políticamente correcta.
Obedecí al instinto maternal.
Necesitaba que te dejaran en paz ante lo irreversible.
Ese hubiera sidote deseo póstumo.
A él me aferré sabiendo que también to comenzaba a morir en dosis pequeñas.
No tenerte es una tortura pese a que cuento con la contención de mi familia chiquita.
Sin ellos y sin tu ayuda no sé que sería de mí.
Hijo te amo y ese amor aumenta cada día más.
No puedo evitar pensarte, tampoco quiero hacerlo.
Desde hace casi dos años renuevo la misma petición, nunca olvides cuanto te quiere tu mamá.
https://www.youtube.com/watch?v=1613m9Srpb8
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