Miro detenidamente el cielo cuando comienza a atardecer.
No encuentro espectáculo más bello que la caída de la tarde traiga las primeras sombras de la noche.
Afuera hace frío.
Decido salir con el propósito de observar esa porción del cielo que aún conserva claridad.
No falta mucho para que aparezca el crepúsculo.
Quisiera detener el tiempo en este preciso instante, donde los últimos rayos del sol visten las nubes de suaves colores azulinos con alguna pincelada rosada.
Entre la masa de nubes etéreas se dibuja claramente el bello contorno de tu rostro.
No puedo equivocarme allí está, regalándome la más hermosa de todas tus miradas.
Paisaje celestial que no dudo en fotografiar.
Guardo el celular en el bolsillo de la campera.
¡Qué poco tiempo viviste hijo querido!
Teníamos tanto para realizar juntos que nunca podré adaptarme a esta realidad que me tomó sin que pensara que algo de esta locura podría suceder.
Son inenarrables los sentimientos que tiene una madre cuando pierde al ser que más amó en la vida.
Al principio se siente un vacío profundo que quita la respiración.
Con el correr de los días intenté bajar a la tierra, no podía.
Mi mente repetía una y otra vez la triste película donde fuímos protagonistas del horror de tu internación.
Tuve en casa treinta y nueve días la urna que contenía tus cenizas.
Suponía que no estaba bien, aún así quería tenerte conmigo.
Después de pasado el primer año de tu ausencia entendí que necesitaba ayuda para superar el duelo o mejor expresado aprender a convivir con él.
Pese a la trágica fatalidad de no tenerte físicamente, prefiero recordar al ser vital y saludable que traje al mundo.
Ser de luz solidario como pocos, capaz de desprenderse de aquello que no le sobraba para que otro estuviera bien.
Te extraño de una manera difícil de dimensionar, por ello en cada una de estas maravillosas conexiones siempre repito lo mismo, no olvides cuanto te quiere tu mamá.
https://www.youtube.com/watch?v=mnXbsrdhJxQ
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