Tuesday, August 22, 2017
ETERNAMENTE ASIDOS DE LA MANO
Quisiera regresar en el tiempo.
Detenerlo en cualquiera de los tantos paseos que realizamos por nuestro amplio país.
El destino nos había llevado a las Cataratas del Iguazú.
Primavera inolvidable.
A medida que avanzábamos eneros caminos desconocidos, la temperatura y humedad propia del litoral argentino nos obligaba a quitarnos los abrigos pues la temperatura se tornaba insoportable para aquellos que como nosotros destetábamos el calor.
Antes de descender del bus saqué de mi bolso el protector solar.
Ví tu carita fruncida pues no te agradaba la protección que evitaba lastimar la blancura inmaculada de tu piel.
El sendero hasta llegar a las Ruinas de San Ignacio estaba relativamente bien conservado.
Varias veces tus ojos de caramelo preguntaban sin hablar ¿Qué hacemos aquí?
En ese tiempo no comprendías el concepto de la palabra ruinas.
Pese a que el malestar se notaba en tu carita no hubo oposición para que conocieras una parte de la historia de cientos de años.
Con cara de decepción preguntaste ¿Esto son ruinas, son horribles?
Eternamente asidos de la mano nos dedicamos a recorrer cada espacio semi derruido de un lugar histórico.
Con la paciencia de un Buda te expliquen algo que el guía turístico no supo transmitir a todos los turistas dado que entre el contingente había niños de tu edad.
Muchas mamás debimos explicar a nuestros hijos el valor histórico de una congregación que levantó su propia ciudad con el esfuerzo de sus manos.
Hasta el día de hoy no entiendo por qué te llamó a atención un espacio reservado para darle sepultura a los jesuitas que habían partido.
Los por qué se se repetían sin cesar.
Ti ansiedad por encontrar a todo una explicación era notable para un chico de tu edad.
Cuando concluyó el paseo, pregunté por tu impresión.
Sin que emitieras sonido alguno entendí que lo considerabas un paseo más.
Años después regresamos al lugar en invierno.
En ese instante observé que tu atención era otra.
Del más o menos del principio, el paso de pocos años te llevó a comprender el valor del pasado.
No puedo obviar tu respuesta a uno de los turistas cuando te preguntó si siempre ibas tomado de mi mano.
Tu respuesta fue irónica al contestar que caminábamos de la mano pues estábamos pegados uno con esotro.
No sabía cómo reprimir la risa ante semejante salida, con respeto le hiciste comprender a ese desconocido que no te interesaba conversar con él.
Sarcasmo que llevabas en los genes.
Desde el respeto no había forma de lograr tu silencio por la sencilla razón que contestabas con simpatía, educación sin dejar de lado tu razonamiento fuera de lo común en alguien de tu edad.
Instalados en el hotel del lado brasilero, tuvimos la tarde libre.
Aprovechamos la piscina de las instalaciones para que pudieras nadar con absoluta libertad.
Eras incansable.
Me pediste que me cambiara para salr a un tour de compras, no querías hacerlo con el resto del pasaje.
Solo vos y yo.
Al día siguiente nos preparamos para una excursión que duraría todo e día.
Conocer las Cataratas,
Reías cuando veías a los vencejos (pájaros de la zona) esconderse detrás de la cortina de agua que formaban los saltos.
Contratamos una lancha para navegar hasta la Garganta del Diablo, imágenes que jamás podré olvidar por la majestuosidad de su belleza.
Fiel compañero de aventuras, te extraño, nunca más volveré a los sitios que visité con vos.
Siempre a mi lado como ahora protegiéndome.
Se acercaba el fin del viaje.
Tu única preocupación fue que volviéramos a pasar por las minas a cielo abierto de Wanda.
Querías agradecerme el viaje con una sorpresa.
Como si fueras un experto elegiste dos amatistas para mí y un rubí para vos.
Cuando quise abonar la compra, con la firmeza que te caracterizaba dijiste que no.
Era un regalo que querías hacerme y gastaste tus ahorros.
Al regresar un joyero engarzó en oro las amatistas que usaría como colgantes y el tojo rubí se convirtió en un anillo para vos.
Sabrás que cuando partiste regalé las amatistas, una de ellas la tiene tu prima, tu anillo en las mudanzas se perdió.
Añoro esas salidas.
Extraño la tibieza de tus manos sosteniendo la mías.
Así fue hasta el final precipitado de tu vid en plenitud.
No hubo médico ni asistentes que no mencionaran el amor que existía entre los dos.
Desde tu ausencia mis manos siempre están frías.
Les falta el calor que me transmitías con tanto amor.
La mochila que cargo es tan pesada como dolorosa.
Si bien te siento aquí, a mi lado siempre, me hace falta verte un instante.
No es mucho lo que ruego a diario, tengo la imperiosa necesidad de darte un beso como antes.
Acariciarte.
Sumergirme en tu mirada.
El destino cruel dice que no es tiempo de cumplir mis sueños,
Convertirlos en realidad tangible.
Sé que no puede ser.
Estoicamente espero mi turno.
Te confieso que a veces la espera tediosa me cansa.
Pienso en vos en forma permanente y sos el hacedor, el alquimista que quiere que continúe mi existencia terrenal.
Faltan solo seis días para que se cumplan dos años de tu ausencia inesperada.
Quedé anclada en el instante final.
Final que puedo comprender pero jamás asumir.
No tengo muchas alternativas.
Solo me resta esperar diciendo que te amo cada día más.
Mientras monótonos transcurren los días, solo se me ocurre pedirte que nunca olvides cuanto te quiere tu mamá.
https://www.youtube.com/watch?v=aS8XqdF0W8o
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1 comment:
HERMOSO CUENTO, DE UNA MADRE Y UN HIJO, TODO ME PARECE TAN IRREAL ESTOS DOS AÑOS, TE QUIERO MUCHO SONIA.
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