Friday, September 22, 2006

MYANMAR

Su padre amante de la libertad la había bautizado con ese nombre.
Vivían muy cerca del lago Inle, en una casa modesta rodeada de flores que regalaban su perfume, la despertaba el trino de los pájaros que anidaban en las palmeras muy cerca del espejo de agua que se confundía con el cielo.
Por la tarde solía pasear por las arenas blancas iguales a su vestido de lino.
La brisa traviesa jugaba con sus negros cabellos, muchas veces debía correr en busca de su sombrero que la protegían del sol impiadoso y conservaban su piel inmaculada.
Su vida transcurría con placidez hasta que se encontró con Taboy, le llamaba la atención el color de sus ojos semejantes al lago, era alto y espigado, sus cabellos idénticos al sol que doraba todos los espacios.
El la invitó a conocer su pagoda, asombrada miraba esos techos que se inclinaban hacia el suelo.
Entraron, el perfume de los sándalos presagiaba el encuentro de dos almas gemelas, fue todo pasión y ternura, al anochecer volvieron al lago, una vez más cobijados por la luz de la luna fundieron sus cuerpos.
Sus vidas eran diferentes, ella una mujer sencilla, el heredero de una dinastía.
Pronto se supo que él había entregado su alma a una plebeya, nadie aceptaba que la fuerza del amor no conoce de castas, querían separarlos.
Taboy decidió terminar con su vida ofrendando al lago trozos de su cuerpo.
Una noche en que solo titilaban las estrellas, Myanmar se internó en el lago sabía que a medida que la cubriera el agua se acercaría a su amado.
Cuenta la leyenda que cuando el sol desaparece sobre el agua se dibujan dos siluetas entrelazadas, son las del amor que no conoce barreras.

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