Tuesday, November 12, 2013

LÁGRIMAS Y SONRISAS



No puedo dejar de convocarlas cada día de mi vida.
Ellas han propiciado que mis letras no fueran a caer en manos de la muerte
Saben de mi vida más que yo misma, las he visto posadas en el alféizar de mi ventana, gozando del susurro de los pájaros.
Las he visto contemplar el nacimiento del verde que tiñe con el color de la esperanza las praderas, praderas que cubren con sus matices la falda de las montañas, tímida bordeaban esa silueta majestuosa, no alcanzaban a ver las cúspides heladas que conservan el hielo.
Han sido como torrentes de agua clara horadando con su eterno canto la silueta de las rocas que encontraban en su sendero.
He paseado con ellas, me dotaron de alas imaginarias para recorrer todos los paisajes.
Paisajes del mundo terreno, paisajes inmortales donde pernoctan las estrellas titilando esperando que mágica apareciera la luna en todas sus fases.
Pude sentarme en uno de los vértices con el único objetivo de contemplar el infinito.
Me distraje observando la desaparición de las estrellas fugaces, preguntándome hacia donde partiría tanta luminosidad estelar.
Con mis alas livianas me desplacé por otros mundos terrenales.
Acompañé la risa de quienes jugaban en la arena de playas exóticas, escuché el rumor de las olas en forma consecutiva morían dejando una estela de blanca espuma en los paradores más alejados.
Escuché el rugido del viento preludio del desgarrador grito de un trueno.
Ví el cielo surcado por saetas violetas, parecía que los relámpagos intentaban trozar el cielo.
Derramé lágrimas como fina llovizna, el silbido que precede a la tempestad logró que buscara refugio en una gruta.
No me importaba si crecía la marea, nadie sería capaz de quitarme las bellezas que había percibido, para siempre  había enrejado todo en un rincón de mi alma.
Me conmovieron los colores rosados del alba, la aparición del sol emergiendo del agua profunda.
Extasiada contemplé los púrpuras y magentas antecediendo noches eternas.
Resurgí de las cenizas escuchando los cánticos de los niños, lentamente, tomados de la mano cantaban rodas de paz.
Pude seguir viajando con la imaginación hasta llegar a los lugares más helados de la tierra.
El frío me permitía conocer otros paisajes inanimados.
Recibí todo lo que puede esperar un ser humano.
Palabras boitas y sinceras y por qué no otras que adulaban sin sentido, palabras que me despertaron una sonrisa, palabras que encendieron todos los alertas.
Nada era lo que parecía, muchas ideas se asemejaban a un tifón intentando colocarme una mordaza.
Luché  casi sola contra los detractores del buen gusto.
Jamás en mi mundo tuvo espacio la bandera blanca que significa la rendición injusta.
Nunca he temido más que al silencio inoportuno.
Silencio que intentaba opacar la creatividad, mala o buena era el nacimiento de algo nuevo.
El ser humano por complacencia innata trata de resistir los cambios.
Bajan los brazos los débiles, los seres opacos que se sostienen en el conformismo.
¿Qué he perdido?
No mucho o si, el no poder compartir me subleva.
En el debe y el haber de la vida sobresale aquello que he cosechado.
Como en toda cosecha he aprendido a descartar las semillas vacías, semillas ignotas que no producirán nada y robarán espacio a las otras que desean crecer con fuerza, para ello necesitan la fertilidad de la tierra, la luminosidad de los rayos de sol que me despiertan cada mañana.
Nuevos trinos de pájaros escucharé cada día, la experiencia vivida me ayudó a crecer de manera impensada.
Siempre  afirmé que el destino de un ser humano se asemeja mucho a un libro con pocas palabras y muchas páginas vacías.
Páginas que se irán completando con el acontecer cotidiano.
Páginas desbordadas por las emociones, páginas que mutaron al color sepia que trae el olvido.
Agradezco infinitamente estar viva, poder volcar mediante las letras mis vivencias.
En mi vocabulario nunca tendrá cabida el rencor.
Solo habrá espacio para lágrimas emocionadas y sonrisas, lo demás es absolutamente descartable.


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