Thursday, December 12, 2013

AMOR Y FUEGO




No es natural o habitual que casi al finalizar el año caigan nevadas tan copiosas como la que se produjo  comenzado el atardecer de un quieto día de diciembre.
Diciembre de noches cortas.
En los albores del verano las luces del alba despiden las noches claras, pareciera que están apuradas para mostrar su belleza.
Presurosa la noche se retira a sus aposentos celestiales con su atuendo negro.
Las primeras luces del alba tiñen de colores rosados el firmamento.
Cielo diáfano anticipa una jornada tranquila.
Boris vino a estas tierras alejado de la suya por los disparates de una guerra.
Buscaba un lugar que le hiciera recordar a su tierra amada.
Durante el viaje no departía con los otros viajeros, conocía el idioma de la que sería su patria adoptiva.
Sabía que debería buscar trabajo ni bien bajara la escalinata del barco, sus ahorros le permitirían vivir cómodamente por un lapso de tres meses.
Alojado en una pensión frente al río de aguas color de león, su imaginación volaba a orillas del Volga, el río más caudaloso de su patria querida.
El corazón comenzaba a latir rápidamente cuando recordaba a Irina.
Con ella había pasados los días más felices.
El destino no les dio tiempo para concebir hijos, hijos fruto del amor más grande que un hombre puede sentir en su paso por la vida terrena.
La guerra sin sentido solo daba a luz terror, terror que se multiplicaba a una velocidad inesperada.
De Irina lo enamoró no solo su belleza caucásica sino sus valores de mujer.
Sin dudas no pasaba desapercibida por más que su atuendo siempre fuera de color negro, tan negro como los pensamientos de quienes habían iniciado el conflicto bélico.
Ocultaba su dorada cabellera debajo de una manta  oscura, con ello lograba se destacaran el color de sus ojos celestes como el agua del congelado mar Ártico.
Mirada cristalina a la que el frío siempre le arrancaba una lágrima
¿Qué decir de su rostro?
No había palabra certera que pudiera calificar tanta belleza, boca insinuante del color de los rubíes que la época siniestra le impediría conocer.
La atracción fue mutua, no tardaron en consagrar el matrimonio.
Se amaron de manera indescriptible pese a las circunstancias que vivían.
A orillas del Volga construyeron el hogar que los alojaría.
Compraron animales que Boris vendía en el mercado de la Ciudad más cercana.
No necesitaban lujos, el amor que se prodigaban cubría los faltantes.
Boris se despidió de su mujer amorosamente.
Se dirigía al mercado, sabía que por la calidad de sus animales recibiría una buena paga.
Era el momento preciso de llevarle a Irina un cintillo de rubíes, rubíes semejantes a la boca de su esposa en la que tantas veces había abrevado su amor sediento.
Mientras tanto ella cocinaba para el amor de su vida.
Celebrarían con buen vino los días de amor compartido.
Boris regresaba  montado en un caballo a su casa, en el bolsillo del chaleco guardaba el anillo.
El potro en un instante se detuvo, instante en el que solo se escuchaba el sonido de las bombas asesinas.
Boris enlazó el caballo a un árbol, comenzó a correr desesperadamente hacia su casa.
Las esquirlas de un explosivo habían herido mortalmente a su mujer.
Acompañó su agonía.
Finalizados los funerales los restos de su amada esposa fueron cremados.
Guardó las cenizas, el absurdo comportamiento de los hombres sin corazón habían convertido a su mujer en despojos.
Nada tenía que hacer en la casa.
La huída era el único camino.
No viajaría solo, las cenizas de Irina lo acompañarían mientras viviera.
Boris era un visionario, al ver la ciudad de la patria nueva se dio cuenta que no era un sitio para pasar el resto de sus días.
Arrendó un campo en suelo sureño.
El negocio funcionaba de maravillas.
El ganado lanar era de óptima calidad.
La soledad siempre sería su compañía, el recuerdo de Irina era constante.
La fortuna acumulada le permitió no trabajar más.
Construyó una nueva chacra en una zona inhóspita frente a otro mar.
En el salón principal un altar contenía la urna con las cenizas de única mujer que había amado en su vida.
La nevada extemporánea precipitó los acontecimientos.
Fue de tal magnitud que arrancó de los árboles los brotes de primavera.
Los cristales de los ventanales vibraban.
El viento rugía con gritos atronadores.
El cielo había mutado a negro como el ropaje de Irina.
Saetas violetas cruzaban el firmamento, iluminando la casa.
Los truenos gritando eran un tormento, pensaba en el pedido de auxilio de su esposa.
Encendió un habano, rápidamente se dirigió al cuarto de herramientas.
De un tractor extrajo combustible.
Abrazó la urna con los restos de su amada,  procedió a destaparla en el mismo minuto que la casa se convertía en llamaradas.
Llamaradas del mismo color de los rubíes que tenía el cintillo que aún guardaba en el bolsillo de su chaleco.
Lloró hasta que las llamas consumieron su cuerpo.
Por fin volvería a compartir la eternidad con ella.


http://www.youtube.com/watch?v=L18b3UQQ49I

1 comment:

Rossana said...

Mi querida Sonia:
Hoy abri este tu blog y sabes que es sencillamente maravilloso...tienes una manera tan bella de escribir, que hace que los que leen viven la historia como propia...transportas la realidad a lo escrito y vives lo escrito, como siempre mi querida amiga chapeaux