Thursday, July 29, 2010

HOMENAJE



Diez manzanas conformaban un pueblo perdido en La Pampa, lejos de todo, cerca de los afectos.

Allí llegó un joven médico para reemplazar a un colega preso de una enfermedad terminal.

Camino al hospital del pueblo, los zapatos relucientes quedaban impregnados de la tierra que el viento hacía volar sin prisa y sin pausa.

Para todos los enfermos tenía una sonrisa de hombre bueno.

Sabias palabras confortaban a aquellos que debían partir, siempre los sostenía de la mano para que se fueran con una sonrisa capaz de ahuyentar el terror que produce dirigirse a los brazos de la muerte.

Sabio, humano como pocos no cobraba la consulta, recibía como pago un apretón de manos, una palmada en el hombre y gracias interminables por su labor.

María Antonia lo esperaba siempre en la casa, con la mujer de su vida compartía ilusiones y proyectos.

Los designios de la vida le impidieron procrear.

El destino lo llevó a otras tierras, lejos de su patria sería reconocido a nivel internacional.

Los honores no cambiaron su esencia.

Manos prodigiosas reinventaban corazones para que volvieran a palpitar.

Era hora de regresar al terruño, no tenían miedo de volver a empezar, estaban juntos sosteniéndose, amándose como la primera vez.

Atrás quedarían los lujos de vivir en otro país.

En su patria había mucho por hacer, formar médicos para cuando el no estuviera, transmitir conocimientos, salvar vidas era su derrotero.

En silencio despidió a María Antonia.

Intentaba ocultar la soledad con trabajo, quienes lo conocieron saben que en ese instante comenzó a morir un poco.

Se levantó del dolor profundo que produce la muerte del ser más amado, tenía que aprender a caminar con muletas imaginarias, el hombro de María estaba lejos, muy lejos, cerca, muy cerca de Dios.

La fundación que lleva su nombre funcionaba bien el corazón de metal que estaba en la puerta de entrada parecía cobrar vida cada vez que entraba su dueño.

Llueve en Buenos Aires, las gotas de lluvia se asemejan a las lágrimas que muchas veces había derramado en soledad.

La pluma se deslizaba sobre el papel, prolijo explicaba la decisión que toma un hombre cuando las puertas se cierran una a una cuando en lugar de palabras se escucha silencio.

No podía permitir la indiferencia que lleva a la humillación.

Ensobró la carta.

Buscó el arma guardada en el cajón del escritorio, un certero disparo, hizo estallar su corazón.


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