Tuesday, May 06, 2014

FLORECEN LOS CEREZOS



Todos recordamos el desastre natural producido por un tsunami en Fukushima.
El mundo entero asistía al peor espectáculo brindado por la naturaleza.
Olas gigantes alcanzaban lugares inesperados.
De nada servía seguir el instinto de los animales que fueron los primeros en correr a los cerros por el simple instinto de conservación.
Quienes estaban disfrutando la belleza de un día de playa en el lejano oriente fueron fagocitados por la virulencia de las aguas muriendo en las profundidades del océano.
Las rutas colmadas de vehículos se convirtieron en un edificio conformado por chatarra de autos que minutos antes circulaban por rutas perfectas.
El dios de las aguas arrastraba todo con fuerza impetuosa.
Imposible iniciar tareas de rescate, buscar sobrevivientes cuando  la naturaleza no aceptaba quien la desafiara.
Dice el protocolo que a los emperadores no se los puede mirar a los ojos, sin embargo las pantallas del orbe los mostraron pequeños y llorosos dando su pésame a las víctimas.
No hacían falta las palabras reconfortantes, por sus caras marchitas rodaban sin cesar las lágrimas.
Horas después se conocerían los daños producidos en las centrales nucleares de Fukushima.
Las primeras explosiones no eran suficientes para cuantificar la magnitud de los daños.
Valerosos científicos ingresaban con sus uniformes blancos con la intención de reparar la fuga de la tan temida radiación.
No se sabe hasta la fecha cuantos perdieron la vida en el intento.
De todos los sitios del orbe llegó ayuda humanitaria.
También expertos para ayudar a morigerar el desastre.
Hasta ese día la ciudad era un emblema, moderna, todos tenían trabajo, casa propia.
Muchos trabajaban en la central nuclear hasta que la vida dijo basta.
La orfandad se convirtió en reina.
En salvaguarda de sus propias vidas,los ciudadanos debieron abandonar sus propiedades.
En ellas quedarían para siempre guardados los recuerdos.
Tres años después  visito Japón, todo ha sido reconstruido rápidamente.
Al llegar al aeropuerto mi contacto me espera con un ramo de crisantemos, pese a la sonrisa en su mirada es notorio el horror de la tragedia no tan lejana.
Será quien me lleve al hotel elegido para hospedarme, será quien me lleve a recorrer la ciudad.
Me pregunta si me molesta que en el recorrido nos acompañe su pequeño hijo, otro sobreviviente de su familia.
Lejos de sentir molestia me alegra que ese niño nos acompañe.
La ruta a Fukushima  no tiene las grietas que deja en la tierra un terremoto.
El asfalto parece una cinta de plata.
A  los costados de la ruta crecen los cerezos, floridos como en cada primavera.
Capturo todas las imágenes, imágenes de soledad..
Minutos antes de llegar a la Central Nuclear las barreras impiden el paso,hemos llegado a una zona peligrosa y temible por la radiación.
Bajamos del vehículo, el niño me toma de la mano como si nos conociéramos desde siempre.
El paisaje debe haber sido de extrema belleza.
Hoy la soledad embarga cada centímetro de ese lugar que antes fuera semejante al paraíso en la tierra.
Imposible evitar derramar una lágrima, imposible disimularlas cuando el nene me indica que en una casa de dos plantas que en su momento de esplendor debe haberse parecido a una salida de un cuento, señala con su manita informando que allí vivían con su mamá y hermanitos.
Una casa deshabitada como tantas otras, una casa donde flotan los espíritus de quienes la habitaron.
El camino de regreso no es fácil.
Pese a ser un sobreviviente, el niño extraña a sus seres amados.
Pide  a su papá que se detenga a un costado de la ruta.
Quiere me lleve un recuerdo.
Con agilidad sube a un árbol de cerezos, corta una rama florida para entregarme.
Mientras viva esas flores descansarán para siempre entre las hojas de un libro, Hiroko sabe que lo llevaré en mi corazón eternamente.


http://www.youtube.com/watch?v=hskCoPqt4yc

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