Monday, July 17, 2006

AYLEN

Ela hija mayor del cacique mapuche, mientras su padre a lomo de mula recorría las tierras que pronto le serían arrebatadas, ella cuidaba de sus hermanos.
Sus días eran una rutina que se repetía en un caluroso verano de la Patagonia.
Se levantó temprano y dentro de una canasta recogió la ropa que lavaría a orillas del río.
En plena tarea vió que se acercaba un jinete del ejército rosista, lo había visto otras veces y no le inspiraba temor alguno.
Esa mañana, el se acercó demasiado, desenfundó su espada y con la punta le corrió los cabellos que como el manto de una virgen cubrían sus espaldas.
Prendado de su belleza con un ligero moviento cortó la blusa que ella vestía, la observó lentamente y no podía dejar de sorprenderse ante semejante belleza.
Bajó del caballo y la tomó de la cintura, sentía los latidos del corazón que parecían solo uno.
Sintió el calor de su boca, embriagado de placer la hizo suya.
No tuvo en cuenta que no estaban solos, se acercaban tres jinetes que habían observado todo.
Antes de ser tomado prisionero clavó su sable en el corazón de ella y luego decidió quitarse la vida.
En el lugar hace muchos años crece un árbol de una especie desconocida, sus flores son perennes de un color blanco inmaculado, solo algunas tienen unas pintas rojas que se asemejan a gotas de sangre.
El viento que todo lo horada dibujó en el cantero que lo contiene la figura de un corazón atravesado por una espada.

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