Viajar es una experiencia inolvidable, no importa la
distancia sino el recorrido y las historias que se acumulan con el paso de los
años.
Historia que se van modificando con el correr del tiempo,
historia que conservan su esencia, historias que convocan recuerdos, recuerdos
pasados, presentes, recuerdos que mañana serán futuro.
Me gustan los paisajes lacustres, la combinación de agua y
montañas, picos que conservan sus cúspides de hielo en cualquier época del año.
Necesitaba descansar, no cumplir horarios prefijados ni
atarme a rutinas convencionales.
En la agencia de viajes las coloridas fotos de los catálogos
cautivaban al viajero.
Decidí viajar a Suiza.
La oferta hotelera era impresionante había hospedaje para
todos los bolsillos y gustos.
Opté por una cabaña a orillas del lago Leman.
Expectante no dormí durante el vuelo, era la primera vez que
viajaba sin la compañía de mis amores.
El libro elegido terminó dentro del bolso de mano, imaginaba
los lugares que recorrería aún sin conocerlos.
El trámite en el aeropuerto fue rápido y ordenado, afuera me
esperaba una camioneta que me llevaría a destino.
Caminos serpenteantes, pájaros solitarios convocando las
luces del día.
La cabaña ubicada cerca del espejo de agua parecía salida de
un libro de cuentos, las últimas flores de otoño obsequiaban su fragancia.
Contaba con una asistente maravillosa, estaría en la casa el
tiempo que la necesitara.
Juntas arreglamos la ropa en los placares, el ventanal del
dormitorio estaba orientado hacia los Alpes.
Tenía más de las comodidades que deseaba para pasar unos días
en absoluta soledad, era la única forma de recuperar energía.
En el escritorio de madera noble una computadora me permitiría
conectarme con mis seres amados.
El trino de los ruiseñores me despertaba cada mañana, tibios
rayos de sol ingresaban por los resquicios de las persianas.
Recorrí el sitio, caminé a orillas del lago, cada caminata
ofrecía un detalle que el día anterior no había visto.
Poco importaba si afuera el sol se ocultaba, poco importaba
cuando las nubes se congregaban llamando a una tenue llovizna, cualquier minuto
del día significaba gozo constante.
Busqué un abrigo para salir al atardecer, sobre el estante
encontré un cuaderno, las hojas color sepia hablaban del paso del tiempo.
Era un libro diario donde la dueña contaba cada minuto de su
existencia.
Prolija caligrafía, letras delicadas, parecían bordadas en
la fragilidad de las hojas que el tiempo tornó en amarillas.
Supe que se llamaba Verena, años atrás había sido dueña de
la cabaña que hoy ocupaba.
El amor no había sido su fiel compañero.
Entendí en ese instante que la mujer del retrato era ella.
Una mujer hermosa poseedora de rasgos cincelados por un
escultor de cualquier tiempo.
Su afición eran los relojes antiguos.
Abruptamente la historia se cortaba.
Por la mañana recabaría más datos, todas las historias deben
tener un final, quería conocerlo
La asistente me contó que Verena desapareció sin dejar rastros.
Hans el hombre más anciano del pueblo recordó una leyenda que se ajustaba a la vida de Verena.
El hobby por los objetos que miden el tiempo la transformó en
el corazón de uno de ellos, de esa manera estaría siempre vigente marcando horas
de cualquier vida.
Regreso conmovida a la cabaña, sé que en cualquier reloj se puede
encontrar el alma de esa mujer que todos tenemos tan cerca y a la que a veces le
otorgamos indiferencia ignorando que dependemos de ella.
http://www.youtube.com/watch?v=DQQiC8mJbio
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