Exhausta de las palabras que se convierten en traición con
dolo o por simple omisión, decidí realizar uno de los viajes que más me gustan.
Trasladarme en el tiempo.
Sabía que el único equipaje que debería llevar sería la
mente limpia, descartar del corazón las rejas que permitieran salir los recuerdos
que alguna vez me habían hecho feliz y el mal uso de las palabras los
convirtieron en lo más parecido a una tortura.
La decisión estaba tomada, no debía pasar un minuto más,
dejaría prendidos en el alma las evocaciones que me habían llevado a un estado
de felicidad que no duraría demasiado ya que siempre en escena aparecía el egoísmo.
La necesidad de liberación era enorme, por simple instinto
de conservación debía alejarme, no existía persona en el mundo que me asegurara
que esos episodios que laceraron mi espíritu no se volverían a repetir.
Con convicciones que no lograron hacerme tambalear para
luego caer en la sin razón, opté por viajar.
Tiempo atrás había conocido a través de la lectura los nueve
cielos que atravesaba el gran Dante en la Divina Comedia, para llegar al
paraíso.
En ese instante alguien me habló de los nueve cielos de
Ptolomeo, conformados por la
Tierra y los planetas, ese sería mi destino.
La máquina del tiempo me permitiría concretar un nuevo
sueño.
Me despedí de los seres que más amo en la vida prometiéndoles
un pronto regreso.
No tuve miedo, tampoco ansiedad ante lo desconocido.
En pocos segundos la
transformación se apoderó de mi cuerpo, en lugar de brazos ahora tenía alas,
alas que al desplegarse me permitirían volar alto, tan alto como para rozar con
aquellas, los ocho planteas que conforman el universo estelar.
Noté que mis propias lágrimas agregarían fulgor a las
estrellas.
En el camino pude observarlos a todos, me maravillé ante la
visión de los añillos de Saturno, solitario mostraba sus joyas a los que
quisieran mirar.
En el ascenso encontré diversidad de cuerpos celestes.
Buscaba mi lugar, llegué tan lejos, solo adonde la imaginación
puede estar.
Elegí descansar en Júpiter, un planeta colorido, la mano del
hombre no había llegar, era el lugar perfecto para encontrar aquello que creía
perdido.
Las nubes en bandas brillantes serían el espacio que me
contuvieran para pensar y de ese modo descartar todo aquello que produce
heridas imposibles de cicatrizar.
La visión era espectacular, centenares de estrellas
brillaban en ese cielo tan particular.
La luz de un cometa indicó que era hora de regresar, sería
el vehículo que me traería a la realidad.
Replegué mis alas para abrazar a esa estrella gigante, me
aseguró que llegaría sana y salva a mi espacio.
El regreso fue óptimo, en el Universo celeste quedaron los
momentos más aciagos que me había tocado vivir.
Sin mochilas que pesen, sin piedras en el camino entendí que
la vida terrena siempre brinda otra oportunidad.
En el noveno cielo que es la Tierra renaceré sin máculas
que me hagan llorar, aprendí en ese viaje en el tiempo que a cada episodio de
la vida terrena hay que otorgarle su exacto valor.
El camino a recorrer es largo, por fin puedo decir que
recuperé la sonrisa que el egoísmo ha querido sepultar.
http://www.youtube.com/watch?v=Eer8NAi4Edg
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