Monday, February 23, 2009

CRUCES BLANCAS



Saldrían de diferentes puertos de la República.

Tenían ansias de gloria, también miedo a lo desconocido, a las atrocidades de una guerra.
Eran demasiado jóvenes como para pensar demasiado.
En las mochilas faltaban muchas cosas, abrigo, objetos personales.
Les habían prometido la gloria, la verdad jamás les sería revelada.
Ignoraban casi todo, recién estrenaban la juventud.
Imposible negarse a una supuesta epopeya, estaban en manos de un delirante cuyo poder robado se estaba esfumando.
El alcohol lo hacía proyectar sucesos mesiánicos, nada le importaba.
El estaría resguardado en lujosas oficinas, el ocaso se acercaba, la intención era permanecer en la historia algo que la inteligencia del hombre no permitiría.

El mar bravío entraba a la proa de los cruceros.

La tripulación estaba conformada por jóvenes de todas las provincias.

Desembarcaron en el puerto austral, un gélido día de abril.

Bombas y disparos de metralleta rompían la soledad.

En las trincheras, alertas esperaban un poco de abrigo, el frío calaba los huesos.

En la gran ciudad se juntaba todo aquello que el pueblo donaba.

En las escuelas los niños escribían cartitas a soldados desconocidos.

El chocolate que los abrigara por dentro jamás llegaría a destino.

Sumisos no reclamaban nada, les alcanzaba luchar por su patria aún desde la inexperiencia propia de la juventud.

Las noticias no eran alentadoras, el enemigo los superaba en fuerza y experiencia.

Las nieves eternas del sur comenzaron a teñirse de rojo.

Las bajas se producían en la isla, otros cuerpos quedarían para siempre en el fondo del mar.

Cruces blancas los recuerdan en un predio solitario, la furia del viento mueve los rosarios que las enlazan.

Flores sin perfume, placas de bronce, algunas con nombres, la mayoría anónimas.

Miles de mutilados regresaron a contar la historia del horror.

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