Friday, February 20, 2009

DOS ARMADURAS



Custodiamos el salón principal del un castillo, nos ubicaron entre cuadros famosos.
Las arañas de vistosos cristales nos iluminan, muchas veces utilizamos como espejo los pisos encerados de la mansión.
En las vitrinas lucen las condecoraciones que recibiera el padre de la princesa.
Los muebles adornan los inmensos salones, sobre ellos nunca falta un recipiente para las flores.
Temprano el jardinero las corta de los canteros, dan alegría a este sitio tan silencioso.
Pocas veces se escucha el sonido de las liras, acompañan la voz cristalina de la princesa.

Somos mudos testigos de todo lo que ocurre en este sitio.

Tenemos mil historias para contar.

La princesa es su única moradora, tiene la belleza de una diosa pagana, ha pedido no ser molestada.

Escuchamos sus diálogos con los espíritus que alguna vez habitaron aquí.

Cabalga en corceles imaginarios.

Cuando el crepúsculo tiñe de violetas y morados el cielo, exhausta se entrega a un amor que no existe.

Los gemidos conmueven nuestras estructuras.

Pesadamente ascendemos a sus aposentos.

Nos sonrojamos al ver el magnífico cuerpo desnudo apenas cubierto por el suave raso de las sábanas, asoman sus curvas cinceladas , las piernas parecen talladas por un escultor, pies pequeños que ansían una caricia demorada .

Está sola.

La brisa nocturna hace danzar los cortinados, un destello de luna ilumina la cama donde reposaba.
Desaparece.
Escuchamos el canto de los ángeles.

Sobre el tocador de marfil y ébano un ramo de flores frescas.

Perturbadas ante la escena comprobamos que una flor exótica se agregó al arreglo.

Pareciera que sus pétalos se han vestido de rocío, no es así, son el reflejo de lágrimas derramadas por una mujer sola.

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