CLASE EN EL JARDÍN DE INFANTES

Marcia es maestra jardinera.
Está a cargo de la salita naranja compuesta por niños que el próximo año comenzarán la escuela primaria.
El salón tiene amplios ventanales con vista al mar, espejo de aguas azules contenido en la bahía que ella bautiza como Bahía Encantada.
Es tanta la belleza que allí se condensan la magia y el encanto.
Muchas veces el océano le inspiró cuentos para sus niños donde no faltaban las sirenas, bancos de corales que eran codiciados por muchos, peces coloridos de formato inimaginable.
Agua insondable que guarda tesoros en las profundidades.
Veinte alumnos ocupan las sillas, las mesitas para desplegar los materiales parece que han sido compradas en una juguetería.
Las paredes de la sala están cubiertas de láminas, cartulinas con paisajes majestuosos.
Flores que contienen la carita de cada uno de sus alumnos.
Camina por los pequeños pasillos que separan las mesas de trabajo.
Cariñosa sujeta con una hebilla un rulo travieso que dificulta la vista de Marianela.
Todos los nenes están trabajando.
Se acerca a la mesa de Aiko, está vacía, la niña no ha querido sacar los elementos para trabajar.
No hay témperas ni crayones, solo tristeza que intenta ocultar las lágrimas de la pequeña.
Todos saben que la nena hace dos años migró con su familia desde el país de la tecnología a tierras lejanas.
Allá a la orilla de otro mar viven sus abuelos.
Nadie es ajeno a los episodios que han convulsionado al mundo.
Alertas que se suceden, noticias que cambian segundo a segundo.
Imposible explicarle a un chico de tan corta edad los fenómenos de la naturaleza.
El timbre anuncia el recreo, los compañeritos de Aiko salen a disfrutar de los juegos.
Pensativa la niña se sienta en el borde de un cantero.
La brisa suave mueve los pétalos de los coloridos ciclamen, única flor que resiste el frío intenso de la zona.
Las nubes han llegado a un acuerdo, ocultarán los dorados rayos de Febo en señal de luto, el universo está conmovido.
Aiko recuerda a los suyos, no se sabe nada de ellos, la tecnología esta vez ha mostrado la ingratitud.
Las comunicaciones están cortadas desde la madrugada.
El país del sol naciente alberga oscuridad y muerte.
Marcia dedicará las horas que faltan para completar la jornada escolar para conversar con los chicos.
Estanislao ayuda a la maestra a correr mesas y sillas.
Se sentarán en semicírculo alrededor de ella.
Es difícil dirigirse a los niños cuando uno solo está angustiado.
Mentes inocentes adquirirán nuevos conocimientos.
No entenderán de anillos de fuego que se ensañan con la costa de un océano curiosamente llamado Pacífico.
No asimilarán que los volcanes han despertado con rugidos, dejando a su paso ríos de lava y muerte.
Les explicará que la tecnología nuclear sirve para desatar una guerra sangrienta o llegar a una paz duradera.
Les dirá que los humanos jamás pueden desafiar los designios de la naturaleza.
Tratará que esos veinte pequeños con los que comparte cinco horas diarias comprendan que así como cuidan sus casas, los juguetes más preciados, también deben cuidar la casa grande que es la tierra.

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