Saturday, May 14, 2011

ÚLTIMA MISIÓN




La llovizna pronto se convertiría en torrencial lluvia.
El caballo de Hugo de Payens estaba debajo de uno de los cobertizos.
Como entendiendo el tiempo el animal se mostraba nervioso.
El alarido de un trueno logró que se sostuviera en dos patas.
Bajo la luz de los relámpagos que surcaban el firmamento se veía majestuoso, el pelaje negro y brillante apenas era salpicado por las gotas, descendiendo desde el lomo para morir en la hierba.
Lo tranquilizó con un terrón de azúcar, Temple recibía caricias de su amo.
Más tarde cuando la cortina de agua no fuera tan copiosa lo acercaría a la caballeriza.
Los otros equinos se hicieron oír al verlos.
Colgó la montura en una de las paredes , cambió las mantas húmedas por otras secas.
Un largo viaje los esperaba.
Realizarían varias etapas antes de llegar a destino.
Varios días y noches los separaban de la Tierra Santa.
Integrantes de la Orden de los Templarios esperaban la llegada de los misioneros acompañando a los fieles.
El primer descanso sería en un monasterio ubicado al borde del Mediterráneo.
Desde la costa observaba los barcos cargados con codiciada mercancía.
Elevó sus manos para bendecirlos, deseando que pudieran cumplir su derrotero sin inconvenientes.
La estadía en la casa sería breve, utilizarían el tiempo necesario para alimentar los caballos, descansar y cambiar las túnicas blancas con cruces rojas por otras limpias.
Por la ventana del pequeño cuarto se filtraban los primeros rayos de sol.
El día iniciaba diáfano, era el momento de partir hacia le meta deseada.
El abrazo sincero despidió a los misioneros.
El canto de los pájaros los acompañó un largo trecho.
En el horizonte aparecieron las primeras dunas.
Antes de ingresar al desierto calmaron la sed propia y la de los fieles compañeros de viaje.
La brisa jugaba con la arena, formando figuras doradas, rápidamente subirían al cielo.
En poco más de una hora finalizarían de cruzar el espacio amarillo.
Como fantasmas quietos, de tanto en tanto se veían cactus, brazos rígidos apuntando el universo.
Otros sostenían en la cúspide coloridas flores.
Tranquilos y confiados continuaban el camino.
Se podían escuchar los sonidos del silencio.
Varios disparos hicieron que detuvieran la marcha.
No había sitio para esconderse o protegerse, las balas del enemigo buscaban los blancos perfectos.
La túnica de Hugo de Payens se tiñó de rojo idéntica a la cruz que la atravesaba.
El resto de los misioneros fue arrestado, Hugo sabía que los esperaba el ardiente fuego de las hogueras.
Temple no se separó jamás de su dueño, tendido en la arena esperaba una caricia que no llegaría.
El alma del templario se elevaría a los cielos.
Temple también esperaba el final, la eternidad arribaría para llevarlo cerca de su dueño.


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