Monday, February 14, 2011

DIEZ MANDAMIENTOS




Todas las mañanas su madre la preparaba para ir al colegio.
A veces sentía un pequeño tirón en los cabellos, reía, le había pedido a su mamá que las trenzas fueran perfectas, tanto que podía tolerar el peine que trataba de ordenar el pelo enmarañado que se resistía a ser prolijamente peinado.
Cintas azules como los ojos de la pequeña se mezclarían entre las hebras doradas.
Por primera vez en la escuela de monjas se presentaría una maestra para hablarles de religión.
Soñaba con el vestido blanco que utilizaría el día de la ceremonia de la primera comunión.
A tan tierna edad las nenas sueñan con gasas inmaculadas que cubran el cuerpo, coronas de flores que sostengan las espigas de oro que coronaran cabelleras al viento.
Del rosario se ocuparía la abuela.
No necesitaría demasiado para que fuera diferente, flores cortadas del jardín en el que tanto había reído, un poco de follaje robado a las macetas de helechos que tantas veces había cuidado con cariño.
Cintas blancas y amarillas completarían el atuendo.
Las clases de catecismo no eran fáciles, el latín no eran su fuerte, ponía empeño para aprende todo aquello que la monjita más antigua del monasterios les enseñaba.
Pequeña de estatura, el hábito azul como las noches de invierno, la cofia blanca, en sus manos un rosario confeccionado por las hermanas de caridad españolas.
Podía sentir el aroma a rosas de cada cuenta.
Junto a sus compañeras aprenderían los diez mandamientos.
Abrazó a sus padres y hermanos como siempre.
El destino le depararía una sorpresa.
Azul compartió golosinas con sus compañeras.
La vieja campana de bronce llamaba a misa.
La hermana Caridad les contó por primera vez de los diez mandamientos.
Todas las chicas escuchaban sentadas en los bancos, algo habían escuchado en el seno de sus hogares.
Cordeles inmaculados delimitaban los pasillos, perfumadas azucenas lucían en los altares.
Cristo en la cruz mostraba las heridas provocadas por las espinas.
La monja les contó los mandamientos divinos.
Azul sintió miedo cuando mencionaron la ira.
Era chica, sin embargo había adivinado ese gesto en los seres más grandes.
No tardó en asociar la maldad en todas sus manifestaciones.
Ira tenían los volcanes que dejaban su lava encendida en un sendero inexpugnable, ira poseían los hombres que no habían llegado al entendimiento.
Ira sentían los seres humanos que con sus acciones laceraban la naturaleza.
Ira tenían aquellos que no sabían conjugar el verbo compartir.
Confundida llego a su casa, recibió el abrazo cotidiano.
Le pidió a la abuela que no terminar de adornar el rosario de cuentas transparentes.
Azul no quería cintas rosadas que la ataran a la hipocresía.
Acompañaría a sus amigas en la ceremonia, las saludaría con el afecto nacido durante años.
Pequeña era un ser libre que había elegido vivir con la libertad que tienen los pájaros que despliegan su alas al viento.
Azul con su corta edad intenta señalar el camino correcto.
El paso de los años la encuentra hamacándose en un sillón de finas esterillas.
Una paloma blanca con un ramo de olivo en su pico se posa en la copa de un añoso árbol.
Ha llegado el fin.
El último suspiro lo dedica a todos los seres anónimos que siguen luchando contra los sentimientos mezquinos.
La muerte la encuentra, viste de negro.
El gesto es adusto, tanto que puede asustar a los que no han lavado su
conciencia.


http://www.youtube.com/watch?v=5dAQ4gBLOOI

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