Friday, December 15, 2006

LA CASA ENCANTADA

Es un pueblo muy singular, las casas desaparecen de día para dar paso a un paisaje rodeado de las más exóticas flores que despiertan vestidas de rocío, cuando el sol sale de su casa acuática arropado de grises y violetas para transformarse en una estrella dorada para dar vida a este lugar tan extraño.
Con las primeras luces aparece la figura de Alexia, primero es una sombra que a medida que las horas danzan en el viejo reloj de la plaza se transforma en la más hermosa de las mujeres, el sol tiñó su cabellos de oro, el cielo le dió color a sus ojos, las sombras de la noche se transformaron en la espesura de sus pestañas.
Su cuerpo ¿Qué puedo decir de él?,
Es una sirena que emerge del agua.
Su belleza opaca el paisaje, el verde se transforma en su vestido, las frutillas de la ladera de la montaña dan color a su boca.Camina por la arena desierta,una leve brisa hace bailar sus cabellos, cerca de allí está la casa de Eliseo.
Es un corsario que con su caballo Amadeus ha recorrido todos los lugares del planeta, paseó su figura por desiertos donde el viento transforma las arenas en nubes que cubren el firmamento.
Fue huésped y testigo de intrigas palaciegas, pero siempre regresó a su casa fantasmal de la playa.
Esa mañana conoció a Alexia, le contó sus experiencias en mundos lejanos cuando él era real como ella, pasaron todo el día jugando en la playa mientras el sol doraba sus cuerpos.
Intercambiaron experiencias y al encenderse cada una de las estrellas, cuando la luna con sus manos se despejaba las nubes que intentaban cubrir sus rayos de plata, sus cuerpos fueron uno solo.
Vivieron la noche a pleno sabiendo que al amanecer de esa casa encantada perfumada de jazmines no quedaría más que el recuerdo.
Los pájaros acallaron sus trinos solo se escuchaba el latido de esos cuerpos.
Pasadas las horas llegaron las luces del alba, todo lo transformarían, la casa de sus sueños desapareció, sentados en la playa le hablaban a un ser desconocido, solo recuerdo que decían llevando sus miradas al cielo “La culpa querido Brutus no es de nuestras estrellas, sino nuestra”.

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