Thursday, July 09, 2009

EL CANDIDATO




Quejoso Romero hacía un pozo para enterrar una vaca, había perdido la cuenta de cuántas estaban en las entrañas de la tierra.

La sequía había convertido el campo en un páramo.

Las hierbas secas no servían para alimentar a los animales, debajo de lo cueros se notaba la osamenta.

El río alguna vez caudaloso era un hilito brillante bajo los rayos del sol.

Entró a la casa, el peón le preparó unos amargos, mientras él sacaba cuentas que no cerraban.

Llevar los animales al campo vecino demandaba erogar dinero que no tenía.

Los pocos ahorros se los había dado a su mujer para que se instalara en la Ciudad con sus hijos, eso le permitiría ahorrar unos pesos con el propósito que los jóvenes continuaran sus estudios.

Enfrascado en los números no advirtió la camioneta que había estacionado cerca de la tranquera.

Los ayudantes del funcionario que se transportaba en ella, bajaron una caja.

Les comunicó que no había pedido nada, leyó la prolija tarjeta lo esperaban en el municipio el jueves anterior a las elecciones.

Los despidió con desconfianza.

No sabía por qué le habían mandado un pluviómetro, en ese lugar hacía tiempo que la seca hacía estragos.

Una burla más de los que no saben nada y se presentan como candidatos.

Asistió a la cita acordada.

Vistió las viejas bombachas, el cinturón con monedas de plata, el facón cruzado en la espalda, el sombrero negro anudado en la barbilla.

El aspecto de la oficina contrastaba con la miseria que se vivía en el sitio.

Escuchó miles de promesas.

Devolvió el aparato para medir la lluvia.

Hombre de pocas palabras le recordó al funcionario que un par de años atrás habían pagado por riego artificial que nunca había llegado.

Le contó de las reses muertas por falta de alimento, la necesidad de vender vientres que nunca más darían leche a los necesitados.

Arrogante el candidato le restó importancia a todos los reclamos del chacarero.

Harto de promesas incumplidas, con la cara encendida por la injusticia desenfundó el facón, el puntazo certero acabó con la vida del mentiroso.

Sabe que deberá cumplir una larga condena por homicidio, asegura que no fue premeditado.

No buscará abogados, honesto irá a la cárcel, prefiere estar allí, antes que vender su alma al diablo.

Espera que su acción sea un alerta para muchos candidatos.

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