Tuesday, July 07, 2009

TORNADOS




Despertó cansada, el viejo aire acondicionado transpiraba como ella.

El color anaranjado del amanecer por primera vez le produjo temor.

Nunca lo había visto así.

No la había despertado el gorjeo de los pájaros.

Todo estaba cubierto por un manto de silencio.

Le gustaba vivir en la hacienda.

El campo recién plantado presentaba figuras geométricas parecidas a un laberinto.

Si un pintor hubiera buscado todos los matices verdes, seguramente estaban allí, más allá el azul del lago.

Las montañas se miraban en el espejo de agua.

La casa era confortable ladrillos blancos tejas negras, alegradas por las flores que ella cultivaba en los canteros.

Habitaciones grandes, decoradas como cualquier casa campestre.

A media mañana observó la negrura del cielo surcado por saetas violetas, preludio del grito de los truenos.

Rápidamente encerró a los animales que pastaban.

Procedió a tapiar puertas y ventanas.

El ojo de la puerta de entrada le permitía ver cómo desde la tierra se elevaban figuras cónicas, formaban embudos casi perfectos que todo arrasaban.

Se escondió en un lugar de la casa, la furia del tornado se había llevado el techo, aterrorizada lloraba las ausencias, su cuerpo mojado se arrastraba entre los escombros.

Comprendía que era el reto de la naturaleza a los hombres que habían abusado de ella.

Perdió la conciencia.

Horas más tarde el ulular de las sirenas cortaba el silencio.

Las brigadas de rescate buscaban vida entre la destrucción.

Nadie podía explicarse por qué las cañas del jardín de invierno no habían sufrido el embate del furioso viento.

El reloj de péndulo boca abajo entre las piedras.

Al levantarlo los rescatistas observaron las agujas, marcaban la hora del deceso de su dueña.

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