Tuesday, October 10, 2006

DESENCUENTROS

Muchas veces es incierto sobre todo si en el sendero en lugar de luz dejamos que nos acompañen las sombras, Carolina había descendido del avión radiante, su cuerpo perfecto estaba ataviado con ropas simples, un jean, una camisa, su largo cabello esta vez no acariciaba su cintura.
Había decidido anudarlo en su nuca y como único adorno llevaba una flor que se asemejaba al color miel de sus ojos. Pese al día ventoso, luego de acomodar sus cosas en el hotel, sintió que el mar la invitaba a recorrer su costa.
Sentada sobre la arena observó con dulzura a los pingüinos que buscaban a sus parejas, era increíble que en ese montón de aves la encontraran , la misma que traería en pocos meses a sus retoños. Estaba cansada, se recostó en la arena.
Las olas danzaban y dejaban sus marcas en a playa.
Carolina esperó que apareciera el hombre de sus sueños, pasaron varias horas, el sol se había escondido para dar paso a la luna que teñiría el mar con sus destellos de plata.
La brisa jugaba con sus cabellos, la misma que le arrancó la flor de su cabellera para posarse en las aguas.
En el cielo apareció una estrella, el brillo de la misma le indicó que su espera había sido vana. Sacó los restos de arena que cubrían su cuerpo, nadie la acompañaba, sabía que su hombre soñado se debatía entre las sombras, las dudas que no dejan claro el intelecto.
Cuando la luna pendía del cielo iluminando todo de plata, caminó hacia el infinito, estaba vacía de sentimientos, había dejado de mujer para convertirse en otra sombra.
Sobre las aguas danzantes, la flor que el viento arrancó de sus cabellos es una imagen que flota en la inmensidad del océano.
Del otro lado, donde el infinito dibuja una orilla, un hombre gris espera.

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