Friday, January 07, 2011

CABALGATA Y SUEÑOS




Comenzó a practicar equitación desde muy pequeña en el campo de los abuelos.
No existía imagen más bella que aquella que la mostraba como parte del paisaje.
Al cumplir ocho años le regalaron el primer potrillo, Junco era manso y obediente, la mirada triste del equino brillaba cuando su dueña se acercaba.
Comenzaron los paseos en el interior de la chacra, era necesario que el noble animal se entendiera con la niña.
Le regalaron la primera montura, confeccionada en cuero repujado con arabescos, en los laterales muy juntos se habían grabado a fuego los nombres de Junco e Irina.
Pieles de cordero para que no lastimaran el lomo del caballo.
Ambos estaban listos para la cabalgata, la niña reía cuando realizó los primeros trotes, el cabello dorado suspendido en la brisa se balanceaba como las mieses de trigo.
El atardecer indicaba que había llegado la hora del descanso.
Junco descansaba en el establo, recibía con agrado un terrón de azúcar, las caricias se multiplicaban durante el cepillado.
El caballo y la pequeña habían crecido juntos, el entendimiento era mutuo.
Recorrer la chacra no alcanzaba, Irina anhelaba ser una experta jinete.
El premio a sus estudios fue inscribirla en un club de equitación.
Finalizadas las labores del colegio, partían a la institución.
El entrenador la trataba con dulzura y firmeza.
Irina obedecía las órdenes transmitiéndolas al equino sin necesidad de utilizar la fusta.
El código establecido era una simple palabra “Llévame”.
A los pocos meses la adolescente se había transformado en una experta.
Domingo de exhibición.
La familia estaba preparada para asistir a la muestra.
La jocketa se veía hermosa enfundada en sus breeches blancos, botas de montar color negro, iguales a la casaca y el gorro de felpa.
Sorteó sin dificultad las primeras vallas sin derribar ninguna.
La tribuna aplaudía a la muchacha.
Al intentar saltar la última, Junco cae pesadamente arrojando a la amazona a varios metros.
Los días se extendían, Irina no reaccionaba.
Los médicos sabían que solo necesitaban tiempo para que la joven despertara de su sueño.
Difícil la tarea de los padres, debían comunicar a su hija que Junco había sido sacrificado y ella había perdido la movilidad de sus piernas.
Largos meses de rehabilitación no dieron el resultado esperado.
Irina quería vivir, trascender ya no como experta jinete sino a través el arte.
En el jardín un asistente prepara la tela, una mesita auxiliar contiene pinceles y temperas.
Junco parece revivir en el caballete, el amor consagrado a su caballo guía las manos de la joven.
Trazos ligeros, suaves, muestran el alma de la muchacha.
En el Centro Cultural entregarán los premios a la mejor pintura al óleo.
Irina que jamás fue vencida por la adversidad se desplaza en su silla de ruedas.
Recibe el primer premio, desde la tela premiada, Junco parece esbozar una sonrisa.
La vida continúa, entre las piedras el río canta.

http://www.youtube.com/watch?v=FHFf7NIwOHQ&feature=related

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