LA MAGIA DE LOS ESPEJOS

Desde que tengo uso de razón los espejos han sabido atraerme con su magia.
Siendo pequeña eran protagonistas de diversos cuentos que todos conocemos.
Imposible olvidar a esa dama que en el medio del bosque en lugar de admirar la belleza del lugar solo le preguntaba al espejo quién era la más hermosa, seguramente cansado de tanto interrogatorio falto de consistencia aquel le respondía con una mentira diciéndole que el ser más divino era ella.
Estoy segura que en ese instante con algo de malicia, los habitantes del bosque reían con ganas.
¿Cómo pudo una mujer obsesiva hacer tamaña pregunta?
La belleza la rodeaba, gritaba presente en el aroma de las flores, en la vestimenta de las hadas, en el trino de los pájaros, sus gorjeos entonaban bellas melodías.
¿Sabía esa dama de ego exacerbado que la hermosura estaba en la naturaleza?
Bastaba mirar la copa de los árboles meciéndose al compás de la brisa apenas aparecían las luces del alba.
Era más que suficiente oír el canto del río cristalino desgastando las piedras.
Tal vez ese personaje salido de un cuento no supo jamás nada pudo compararse con la unión de dos bocas encendidas por el amor.
Quizás no haya conocido el escudo de Perseo, en el que se podían reflejar Las Meninas con su aspecto capaz de asustar al más compuesto.
Quedan en el tintero las tradiciones chinas donde se utilizaban los espejos para atraer energías o la vieja tradición de ocultarlos cuando una ser partía.
Mi atracción está alejada de todos esos episodios, los espejos son el elemento que me sirve para retocar el maquillaje en ocasiones que así lo ameriten.
También recordar mi niñez cuando enfocaba el sol y un espejo permitía reflectara la luz sobre cualquier objeto.
Hoy le otorgo otros usos a un espejo, es fantástico sacarle fotos, el flash oculta a quien dispara dejando un rayo de luz plateada sobre la superficie destacando las facciones de quien se retrata.
No dudo de su utilidad cuando manejo, sin la presencia de ellos no podría calcular distancias.
Sin embargo quiero ir más lejos, ubicarme en el famoso palacio de Versalles, detenerme en la Galería de los Espejos y de se modo observar las imágenes que se repiten en forma perfecta.
Estar allí esperando a mi amor, sentir su abrazo ciñendo mi talle, preludio de noches encantadoras impregnadas de magia y misterio.
Asombrarme con las imágenes que se multiplican infinitamente.
Olvidarme de todo para gozar de instantes únicos e irrepetibles.
El sonido seco me despierta, la brisa hizo caer un espejo de mano, vuelvo a la realidad.
Con esmero recojo cada trozo de espejo, no quiero que nadie se lastime.
No pienso en el viejo dicho que dice “la rotura de un espejo trae años de desgracia”.
Es un ciclo cumplido, cada fragmento plateado desparramado en el piso contiene vivencias, de las lindas y de las que no fueron tan primorosas.
En cada trozo del espejo roto, cóncavos o convexos hay señales del paso de las almas que alguna vez se reflejaron en su superficie.



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