CIUDAD AMURALLADA

Vera y Daniel contrajeron matrimonio al terminar sus carreras universitarias.
Eligieron para desarrollar sus investigaciones un lugar tranquilo al que no le debía faltar armonía en el paisaje.
Durante el noviazgo compraron algunas hectáreas en el sur argentino, ello le posibilitaba estar cerca del mar que amaban y cerros que permitirían practicar montañismo.
Trabajo y aventura al alcance de la mano sin necesidad de desplazarse demasiado.
Ambos soñaban con una casa que tuviera todas las comodidades, en el mismo predio erigirían el laboratorio en el que desarrollarían sus técnicas de avanzada.
Con la ayuda de los padres de la pareja lo dotaron con aparatología de última generación.
Habían diagramado las tareas de manera tal que mientras no llegaran los hijos ambos estarían en la casa, el laboratorio o la montaña.
Cuando surgían charlas en el exterior viajaban juntos, la tenacidad y empeño lograron que a corto plazo la pareja fuera reconocida en el mundo.
Mientras uno disertaba el otro buscaba aparatología para incorporar al laboratorio, convirtiéndose en el más importante de la región.
En pocos viajes acumularon una pequeña fortuna, pudieron devolver el dinero que les habían prestado para las dos edificaciones y ampliar las instalaciones.
El amor se fortalecía con la misma intensidad que crecían la casa que habitaban y el lugar de trabajo.
Las investigaciones comenzaron a publicarse en varios idiomas.
El tiempo los acompañaba, días diáfanos donde el sol brillaba con fuerza.
Nubes de algodón apenas se acercaban a la estrella más grande del universo.
Para el matrimonio era una delicia desayunar en el parque, desde allí observaban el mar, los cerros, gaviotas volando en perfecta escuadra.
Sin saber lo que ocurriría proyectaron escalar el cerro Bayo el fin de semana siguiente, ello lograría que se distendieran y a la vez se regalarían el mimo de practicar su deporte favorito.
En una de las habitaciones guardaban los elementos que se utilizan en los escalamientos.
Trabajaron varias horas en el laboratorio, mientras Daniel manipulaba globos de ensayo y pipetas Vera hacía anotaciones en un cuaderno, anotaciones que luego volcarían en la computadora para posteriormente realizar una copia de seguridad que guardarían en la caja fuerte de la casa.
Un almuerzo ligero saciaría el hambre, a tal fin tenían cerca del laboratorio una pequeña cocina con los elementos que consumirían, una mesa y dos banquetas.
Nunca faltaban en esa pequeña mesa flores de la zona contenidas en un florero.
La vista era impecable, mar, cerros y cielo celeste.
Un pájaro extraño cruzó el aire, no lo habían visto antes.
En ese instante comenzaron a rugir las entrañas de la tierra, pese a que no era zona sísmica se abrazaron temerosos.
Espesas nubes cubrieron el espacio, la luz del sol apenas se percibía de tonos plateados, el océano parecía una enorme masa de alquitrán.
Cerraron el laboratorio, inmediatamente se dirigieron a la casa.
Mientras caminaban atónitos observaban como lentamente se levantaba una muralla.
De sus miradas desaparecían las casas de la ciudad ahora amurallada.
La oscuridad tomó todos los espacios.
Necesitaban volver a la normalidad para ello deberían descender a un angosto abismo que se había formado, usarían los equipos de montañista, calzaron las botas que impedían posibles torceduras de tobillo, adosaron los crampones que ayudarían en el descenso, cuerdas, linternas y víveres en las mochilas.
Al principio bajaban sin dificultad, entre las rocas húmedas raleaba la vegetación, el rumor del agua se alejaba.
Al final del abismo una luz emitía señales, hasta allí irían.
El pozo se agrandaba, en breves instantes tocarían suelo firme.
Reconocieron el paisaje, primero la casa de sus vecinos, suspiraron al ver la propia, nadie había sufrido daños.
Las murallas no estaban.
Hasta la fecha los científicos convocados desde los lugares más remotos del mundo no han podido explicar el motivo de lo ocurrido.
Vera y Daniel saben que fue real aún cuando otros creen que es producto de la imaginación de dos estudiosos.

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