Diariamente camino por la playa, el clima en esta época del
año permite que lo haga a cualquier hora.
Me gusta caminar apenas el horizonte se viste con las luces
del alba, el entorne luce majestuoso.
No se puede explicar con palabras los colores que adquiere
el cielo, rojizos, anaranjados, algo de gris que proviene de la noche a punto
de escaparse a vivir su propio sueño.
Observar al sol emergiendo desde las profundidades del océano
es un espectáculo majestuoso.
Pudoroso muestra la mitad de su rostro dorado, en pocos
minutos se elevará para continuar el ciclo de la vida.
Los enamorados suelen quedarse hasta esa hora contándose sus
secretos, renuevan caricias para continuar el día.
Casi siempre dejan una fogata que los proteja del frío
intenso de las noches australes, noches diferentes, no son azules potentes, tienen claro oscuros que otorgan
estas latitudes.
Tengo por costumbre apagar cualquier vestigio de fuego,
cuido la vegetación que viste a los fiordos, gigantes suelen sumergir sus imaginarias piernas en
las profundidades del agua.
Creí que estaba sola para llevar a cabo mi rutina cotidiana.
Algunas lenguas de fuego aún se elevaban indecisas.
Pude observar la
figura de una mujer, imposible calcular a edad.
Oculta detrás de una roca pude oír toda la conversación que
mantenía con el fuego.
Pronunciaba palabras cargadas de una falsa dulzura, no tenía
dudas que se asemejaba mucho a seres humanos que había conocido.
El fuego cansado de tanta charla la invitó a volver a la
hora del crepúsculo.
La curiosidad me invadió, quería saber quien era la mujer de
eterna sonrisa.
Mientras esperaba que el universo se vistiera de colores
magentas, violetas y morados, volví a salir.
Otra fogata apenas encendida, la mujer sonriendo pese a que
algunas lágrimas bañaban su rostro.
Desde mi refugio pude saber que era la representación de la
mentira.
¿Cómo no me di cuenta antes?
Su monólogo era inquietante, en tramos perverso.
El fuego no necesitó demasiado para encenderse, la brisa hacía
remolinos con la arena, figuras fantasmagóricas ascendían al cielo.
Por un momento pensé en auxiliar a la mujer, no pude o no
quise o tal vez los tiempos no daban.
Nunca antes había
visto tan de cerca la geografía de la mentira.
Muda escuchaba el silbido del viento, en un instante las
lenguas de fuego alcanzaron a Mentira.
Sentí piedad, rogué que su ascenso a los cielos fuera
tranquilo, tan tranquilo como para propiciar el nacimiento de una nueva vida,
sincera, tolerante.
Nada de eso ocurrió, las cenizas de Mentira nunca tomaron vuelo, las cenizas
murieron en la playa ahogadas por la eterna danza de las olas.
http://www.youtube.com/watch?v=auRUxPPqDcQ
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