Friday, September 11, 2009

EL MENSAJERO, UN CUERVO



La casa de madera era demasiado pequeña para contener a todos los que habían sido privados de su libertad por la simple razón de pensar diferente e intentar expresarse.

Había hombres y mujeres, de vez en cuando el carcelero les acercaba un poco de agua.

Impiadoso volcaba la jarra para mojar el escote de las mujeres.

Afuera la gramilla crecía, casi ocultaba el único ventanal de la precaria vivienda, los canteros del descuidado jardín contenían los pétalos marchitos de las flores .

Ella, intrépida, agitada, pergeñaba la fuga.

Aún no tenía certezas para lograrla.

Por las noches dormían apretados en camastros sucios, los pies estaban atados a la cama.

En cautiverio no dejaba de pensar en la manera de huir sin que los guardias de Amish leyeran sus pensamientos.

Un cuervo aparecía cuando la luna se colgaba del cielo.

Comprendió que podría ser el mensajero que la llevaría a un camino de luz o de sombras.

El graznido del odioso habitante de plumaje renegrido indicaba que el guardia había ingerido varias copas.

Era el preciso instante para otorgarles la libertad a sus compañeros.

Sumisa obedecía a todas las órdenes, nadie podía creer que esa alma inquieta estaba esbozando un crimen.

Dejaba que el guardia creyera que era una mujer débil, nada de eso, hasta el último suspiro lucharía por los valores propios y de sus amigos de infortunio.

En la pared de la precaria vivienda vio que un hacha y una pala descansaban en un rincón.

No dijo nada, esperó que la noche cubriera con su manto el pequeño espacio.

El cuervo estaba en el techo, silbó hasta que el pajarraco curioso quiso saber de dónde provenían el ruido.

No sabe como el ave la liberó de los candados.

Tomó fuerzas, el hacha estaba en sus manos.

Era el momento preciso, con un solo movimiento certero decapitó al guardia.

El tiempo no sobraba debía liberar a sus compinches y luego huir.

¿Cómo hacerlo sin dejar rastros?

Buscó entre sus pocas pertenencias fósforos, el viejo auto estacionado le brindaría el resto.

Liberados todos, despojados de las cadenas que atan el entendimiento surgió el fuego.

El amanecer se tiñó de cenizas negras, ocultaban la salida del sol.

Nunca había pensado en matar al enemigo, tenía otros valores, por sobre todas las cosas su mente le decía que en ese instante tan oscuro una pequeña luz, paría la libertad y esperanza.

La palabra que se comparte seria su guía para siempre.

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