Wednesday, September 23, 2009

ORFEO Y LAS ROSAS MARCHITAS



Orfeo era feliz, había conocido a Eurídice, frágil y bella, en ese instante creyó entender que la vida del paraíso cambiaría para siempre.

Los encuentros eran acompañados por el sonido de la lira que ejecutaba de manera brillante.

La vida transcurría sin grandes sobresaltos, cada mañana la despertaba con una dulce melodía, a sus pies colocaba una rosa que empalidecía ante la hermosura de la mujer.

Las cuerdas se arqueaban en las manos de Orfeo, las acariciaba suavemente como si se tratara del cuerpo de su amada, obedientes obsequiaban dulces acordes.

Por la noche se acercaba a la cama de la joven con el propósito de velar su sueño.

Con la punta de los dedos recorría cada centímetro de piel, cuando terminaba de contemplarla partía del palacio dejando otra rosa perfumada.

Al despertar Eurídice sabía que no había estado sola, una tierna melodía acunaba sus sueños, las flores le daban la certeza que el amor la había acompañado.

Una mañana de primavera decidió reunirse con Aristeo para decirle que su corazón tenía dueño, éste, furioso esperó que la doncella caminara unos metros , de un canasto sacó una serpiente que mordió a la bella muchacha, provocándole la muerte.

Asustados los pájaros callaron sus trinos.

La tristeza se apoderó de Orfeo.

El llanto era incontenible había perdido a su amada cuando recién comenzaba el idilio.

Quería regresarla a la vida.

Dioses y ninfas lloraban al escuchar el sonido triste de la lira.

Se sobrepusieron, decidieron ayudar a Orfeo dispuesto a rescatar a su amada, para ello deberían bajar del reino de los cielos a la tierra.

Orfeo tendría que caminar mirando siempre la línea del horizonte, ansiaba ver a su doncella, abrazarla, lejos de todos por fin poseerla.

En un segundo guiado por sus instintos giró la cabeza, Eurídice se desvaneció en las tinieblas, a sus pies quedaron innumerables rosas marchitas.

Fatídico momento.

La decisión estaba tomada un antes y un después había señalado su destino.

Orfeo no escuchaba los ruegos de Rá, la vida para él no tenía sentido.

Le pidió apagara sus rayos , quería estar solo, morir cerca de las sombras, acurrucado entre las flores sin vida.

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