Friday, September 18, 2009

SIEMPRE HERMANOS



Somos hermanos de la vida o hijos del corazón como suele decirse ahora.

Siempre vivimos en la misma casa, cerca de la montaña.

En la escuela estábamos en el mismo grado, a veces los chicos nos preguntaban si éramos mellizos, pese a que ella tenía los cabellos dorados como las espigas que se mecen en primavera y el mío es negro como una noche sin luna, ciertos rasgos de nuestra fisonomía era idénticos.

Dejábamos sin resolver los cuestionamientos de los otros chicos.

Ansiábamos las vacaciones para sentir una libertad que con el paso de los años se perdería.

Regresábamos de practicar nuestro deporte favorito, papá nos había construido sendas tablas para surfear, asidos de la cintura a la vieja lancha, nuestras carcajadas hacían eco en las montañas.

Esa tarde mamá estaba preocupada, sus ojos comenzaban a perder el brillo que tenían cuando nos abrazaba.

Nos reunió en el comedor de la casa, debíamos esperar que nuestro padre terminara de amarrar la embarcación, cuando estuviéramos juntos conoceríamos la verdad.

Nuestro padre entró silbando alegremente, al vernos juntos su cara era blanca como un papel.

Mi madre comenzó a contarnos la historia de nuestros orígenes, la imposibilidad de ella para procrear.

La necesidad de dar cariño, conformar una familia soñada, posibilidad que la vida le negó.

Había esperado que fuéramos más grandecitos para develar el secreto.

Los dos nacimos el mismo día, diferentes vientres nos trajeron al mundo.

Con lágrimas en los ojos mamá nos contó que al vernos indefensos en nuestras cunas eligió el camino de la adopción.

Alegramos esta casa cuando cumplimos un año, no tenemos recuerdos de ese día, solo las fotos familiares nos muestran el festejo.

Tomé a mi hermana de la mano para correr a los brazos de nuestros padres.

Necesitábamos abrazarlos, decirles que eran nuestros únicos padres, lo demás no nos importaba.

Subimos la escalera que nos llevaba a nuestros cuartos, mi hermana peinaba a su muñeca favorita, le pedí que hiciéramos un pacto, nada nos separaría, nunca nos someteríamos a exámenes genéticos que pudieran alejarnos de la familia, queríamos devolverle la sonrisa a nuestra mamá.

Lo que pasó marcaría para ella y para mí un antes y un después.

Hoy somos dos ancianos, hemos sido señalados, investigados hasta el cansancio.

Estamos para acompañarnos, seguiremos queriéndonos hasta el final.

La ley de los hombres jamás podrá destruir el amor fraternal.

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