DECEPCIÓN Y SUEÑOS

El otoño en ese lugar del mundo se parece demasiado al invierno.
El día gris, el viento intenso, la ausencia de los que se refugian de la temperatura subiendo las ventanillas de los autos encendiendo la calefacción para abrigarse, sería presagio de aquello que ocurriría horas más tarde.
Acompañó a los pequeños a la escuela, con las típicas recomendaciones que formulan las madres.
Los abrazó como siempre.
Levantó el cuello del abrigo, dentro de él, escondió los cabellos.
Pese a la protección que otorgan los anteojos oscuros que usa habitualmente, el viento gélido le arrancó más de una lágrima.
Apuró el paso para llegar a la casa donde se reunían los poetas, con ellos departía horas de su vida.
No encontraba explicación a la agitación del corazón, creía que los pocos que se atrevían a cruzar la avenida cercana al océano podían escuchar los latidos.
Respiró profundo, se detuvo a mirar las aguas, la playa a esa hora estaba desierta, antes habían salido los barcos pesqueros.
En otras mañanas los había observado, partían con sueños y esperanzas a sacar riquezas del océano que les permitirían sobrevivir.
Para llegar a la vivienda y verla en su esplendor debía cruzar el puente colgante de la bahía, puente que alguna vez los niños traviesos en período de vacaciones utilizaban para hamacarse provocando inquietud en otros caminantes.
Nunca entendió por qué en la casa de los poetas se permitió que el arquitecto introdujera reformas tales como circundar el edificio con paredes altas que impedían disfrutar los jardines que la rodeaban.
La arquitectura moderna injertada en la vieja mansión lejos de embellecerla le daba un aspecto sombrío.
Solo podían rescatarse los maceteros, solitarios contenían plantas que caían como si fuera una cascada de follaje.
La doble puerta de madera noble intimidaba a quien quisiera atravesarla.
Madera que fue dañada al colocarle un cerrojo para sostener un candado.
Consultó el reloj, por un instante creyó que sus compañeros de letras habían olvidado la cita.
Habían acordado el horario, la imagen del candado le produjo sensaciones extrañas.
El cuidador estacionó la camioneta, compartieron un café que aquel traía en un termo.
Le contó que la casa en pocos días tendría el cartel de una inmobiliaria.
Se vendería la propiedad de los sueños, nada más ni nada menos que la casa de los poetas que supo albergar a muchos de los que amaban ese espacio angelado.
Sin mayores explicaciones decidieron migrar a destinos inciertos.
Otros se inmolaron en nombre de sus convicciones, equivocadas o no, era necesario respetarlas.
Por primera vez sintió decepción y desolación.
Nunca se habían producido roces que llevaran a decisiones extremas.
Desolada reconocía que había diferencias lógicas, no de la magnitud que fueran capaces de producir un éxodo masivo.
El sollozo mutó a llanto incontenible, el abrazo del ser que eligió para compartir cada día de su vida, con un beso tibio la tranquilizó, solo había sido una pesadilla.
Entre lágrimas y sonrisas solo tiene un anhelo, desea que ese sueño, jamás se cumpla.

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