Tuesday, January 23, 2007

GEMMA

Era una mujer de extraña belleza,de carácter apacible y sumiso.
Antes de llegar a la adolescencia cuando aún dedicaba muchas horas al juego imaginando una vida de ilusiones su padre la comprometió en matrimonio con un joven errante.
Su vida trasncurría en distintos palacios y la visita a las iglesias donde podía admirar los frescos nacidos de la mano de los más famosos pintores.
A ellas acudía cuando su alma estaba llena de malos presagios, allí encontraba paz y sosiego admirando esculturas.
Muchas veces sin mirar se detenía a ver la nieve que se deslizaba por la cúpula de los templos, le preguntaba a Dios si esa era la vida que merecía.
Cuando contrajo enlace su vida era una fiesta, estaba enamorada de su futuro esposo, le seducía entrar del brazo de su padre enfundanda en un blanco vestido, las enaguas daban más volumen a su pequeño cuerpo, en su mano llevaba tres rosas, quizás fuera el designio de los hijos que tendría.
La música ejecutada en el órgano daba misterio a la ceremonia.
La misa fue esplendorosa, los bancos de la iglesia estaban adornados con cintas y flores, dos días antes ella misma las había elegido para obsequiar la vista de sus invitados.
Tuvo una fiesta comparada a la de cualquier princesa.
El salón iluminado por candelabros era el marco perfecto para demostrar todo el amor que sentía por el hombre de sus sueños a quien el destino eligió para compartir sus días.
Pasó el tiempo y su hombre, con el que había soñado, se transformó en un ser distante, ensimismado en sus pensamientos.
Ella no sentía placer cuando se entregaba en cuerpo y alma, no había comunión de sentimientos.
Por las mañanas, sola, daba largos paseos a la orilla de lago, su intención era sumergirse en un estadío de paz tratando de erradicar las sombras que la atormentaban.
Pasó el tiempo, con alegría supo que en esas noches de poca pasión habían engendrado el primer hijo, quizás este evento serviría para unirlos en alma y sentimientos.
No fue así su marido se dedicó a buscar otras mujeres en fiestas palaciegas.
Gemma amaba como nunca había amado, en nombre del amor era capaz de perdonar infidelidades y copas.
Dedicada a su familia, solitaria caminaba por la orilla del lago, se sentía tan vacía que no tenía capacidad para ver la salida del sol, tampoco encontraba sosiego cuando al caer el crepúsculo este teñía el paisaje con violetas y morados.
La luna no mostraba el fulgor de siempre, no veía el titilar de las estrellas, no sentía el aroma de las flores que a cualquier hora regalaban su perfume.
Los pájaros se recluían en sus nidos, no se escuchaba el murmullo de sus trinos.
Vinieron otros hijos a darle sentido a su vida, pero el hombre de sus sueños seguía aferrado al recuerdo.
Hizo lo que pudo, se convirtió en madre, dió vida a la vida, pobló el palacio de llantos y risas.
No pudo borrar de la mente de Dante la sombra de esa mujer a la que él dedicó su poesía, en ese instante comprendió que de nada vale el esfuerzo, cuando el corazón de la persona amada está poblado de fantasmas y recuerdos.

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