Friday, January 05, 2007

ULTIMO VIAJE

Había llegado el tiempo de tomarse un descanso y salir del lugar que lo hizo famoso en todos los lugares del planeta.
Su intención camino a la agencia de viajes era que lo recordaran como en las primeras películas que lo llevaron a transitar la fama.
Entró a la casa de turismo y miró los coloridos folletos, no se decidía, en otro momento de su vida Sean no se preocupaba por el destino de sus vacaciones, un ejército de asistentes siempre estaba presto para ayudarlo a salir a cualquier sitio, le ayudaban a camuflarse y así salir del acoso de sus admiradoras.
Hoy, esa tarea debía hacerla él, estaba solo, la gloria y el prestigio se habían esfumado, en el firmamento del cine brillaban los que le sucedieron en el camino.
Pese a estar entrando en el ocaso de su vida, sentía que nunca tendría reemplazo, luego de un largo rato optó por visitar República Checa, la ciudad de las mil cúpulas.
Abonó el viaje y regresó a su lujoso departamento, preparó su equipaje con algo de abrigo y otras pocas cosas, entre ellas un cuaderno.
En el aeropuerto una bella mujer le pidió un autógrafo, sintió que una caricia abrigaba su alma, alguien reconocía al anciano James Bond.
A pocas horas de su arribo por la ventanilla del avión comenzaba a divisarse la llanura de Moravia, el verde era inconfundible, pese a que copos de nieve se habían posado en la superficie, más allá el Danubio se deslizaba lentamente en su cauce, en sus orillas mecían su hojas árboles semidesnudos.
Por fin llegó a la ciudad de las cúpulas que parecían sombreros elevando sus cúspides al universo.
El frío era intenso, aún cuando la nevada había cesado.
La habitación del hotel era confortable, desde el ventanal observaba el paisaje y escribía cada vivencia en su cuaderno mientras la leña del hogar dibujaba lenguas de fuego.
Encendió un puro y el humo le devolvía figuras fantasmagóricas que desdibujaban la forma de las torres, caía la tarde y sobre ellas comenzaban a titilar las estrellas, los rayos de la luna cambiaban su color.
Recordaba pasajes de su vida pasada, hasta podía sentir el perfume de las bellas mujeres que entonces lo acompañaban.
Le faltaba el aire, eran demasiados los recuerdos que enrejaban su corazón, con dificultad se acercó a la ventana, necesitaba una bocanada de oxígeno para seguir respirando, salió al balcón, admiraba los colores de los ciclamen que con sus flores adornaban su vida gris, no quería el ocaso, tampoco el olvido, cayó pesadamente muy cerca de esas flores que transmitían vida o muerte.
A la madrugada el conserje lo encontró tendido en el suelo, su corazón había dicho basta, entre sus manos aún tenía el cuaderno, con asombro el empleado del hotel leyó las últimas palabras que había escrito, podía leer “Estas son las últimas vacaciones de un ídolo de multitudes, la vida sin gloria y olvido fué capaz de apagar la mía”

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